Panorámica desde el Séptimo Piso
Por: Andrés Becerra L.
Guaricha es uno de los términos despectivos que usaban (¿o usan todavía?) las “señoras bien” de la Bogotá tradicional para referirse a la empleada doméstica o “sirvienta”. Tiene la connotación de “india sucia y piojosa” que solo merece dormir sobre un costal de fique en cualquier rincón y comer las sobras de la cena, o mejor, alguna mazamorra sin carne hecha exclusivamente para ella.
En el imaginario de esas encopetadas señoras, la guaricha era (¿o es?), indudablemente, “un animalito”, un “ser” (como que no alcanza para decirle persona) de cuarta categoría, por debajo de los “chupatintas” y la “chusma” obrera. Y a pesar de que le exigían trabajar en toda clase de tareas domésticas desde antes del amanecer y hasta que el último de la familia se acostaba, vivían convencidas aquellas (¿o estas?) “nobles” señoras de que “esa guaricha traga demasiado”.
Al estilo de la India antigua (¿o actual?), las guarichas constituían una casta de intocables con la que no se podía tener contacto físico. Por eso les resultaba oprobioso, insufrible, que el señorito resultara embarazando a la guaricha como consecuencia de sus clandestinos escarceos sexuales, en cuyo caso la culpable siempre era ella, aunque hubiera sido forzada por el potranco; y el drama era peor cuando el “padre de la criatura” resultaba siendo “el señor”, pues éste quedaba “contaminado de por vida”.
Sobra decir que, para la familia entera, tenía más valor el perro de pedigrí que “esa guaricha inmunda”, pero tenían que aguantársela porque alguien tenía que hacer los oficios pesados y sucios.
Definido ya ese cuadro infame, puede el lector remplazar en el mismo los personajes. En la posición de la cachaca “señora bien” ubique a la casta dirigente del país, esa que se reparte estratégicamente entre el sector privado y el gobierno para lucrarse con el dinero de todos, y en el lugar de la “guaricha tragona” deje a la Cultura, en la cual puede incluir todas las expresiones artísticas populares.
Los gobernantes asumen la Cultura como un gasto improductivo que tiene que hacerse a regañadientes porque la chusma es mucha y, si no se la entretiene con algo, puede levantarse enfurecida. Entonces se hace la pantomima de que se apoyan las expresiones artísticas populares, cuando lo que ocurre en la realidad es que los Artistas y Gestores particulares SUBSIDIAN al gobierno en su deber de fomentar y promover la Cultura.
Los pocos pesos que el gobierno aporta en cualquier proyecto cultural son una parte minoritaria que queda aun más reducida por los sobrecostos que impone la administración y rendición de cuentas de tales dineros. La mayor parte la tiene que asumir el Gestor Cultural, ese quijote que se echa sobre los hombros la labor que la Constitución y la Ley imponen al Estado.
Para no extenderme demasiado, mostraré apenas una de las aberraciones del modelo en esta relación de “señora bien” y “guaricha tragona”.
Cuando se elabora un proyecto de obra civil (puede ser una carretera) se incluyen en él TODOS LOS MATERIALES Y LAS ACTIVIDADES A REALIZAR, con su costo correspondiente, se suman valores y, al final, se incluye un concepto llamado A.I.U., que significa “Administración, Imprevistos y Utilidades”, y puede corresponder a un 15 o 20% del valor antes totalizado. Como su nombre indica, con este dinero se pagan los gastos de oficina, los que no son de obra propiamente, se cubre cualquier gasto extra y queda una ganancia para que el contratista pueda seguir viviendo mientras logra otro contrato. Parece sensato, ¿cierto?
Cuando se presenta un proyecto cultural al Ministerio de Cultura para acceder a los dineros de su Plan de “Estímulos”, el Gestor Cultural DEBE INCLUIR una parte mayoritaria de COFINANCIACIÓN, es decir, debe asegurarle al Ministerio que él aportará recursos conseguidos de otras fuentes (pueden ser propios, o de la empresa privada, o de otras entidades públicas) para ayudarle al Ministerio a cumplir con su deber de fomentar la Cultura. Eso es tanto como si el Ingeniero que aspira a pavimentar la carretera asumiera el costo del asfalto por el simple placer de que el Gobierno le permita construir la vía.
Pero hay algo peor. Cuando el Gestor Cultural contabiliza todos los costos del proyecto y logra una suma total, NO PUEDE INCLUIR EL A.I.U.
¿Cómo así? Pues así. El Gestor Cultural tiene que asumir los costos administrativos de la elaboración y ejecución del proyecto con dineros externos al mismo, pues el Ministerio no reconoce que sostener una sede, pagar servicios e impuestos cuesta dinero, y que ese dinero debe salir de la actividad misma que realiza quien se dedica a actividades culturales.
Desde la posición del Ministerio, el Gestor Cultural debe conseguir dinero de varias fuentes para subsidiar al Ministerio (que es quien debería pagar TODOS LOS COSTOS DEL PROYECTO, así como se paga TODA LA CARRETERA), debe conseguir de otra parte dinero para sostener su sede, y debe conseguir aparte para comer, vestirse, etc., porque no puede obtener excedente alguno de su LABOR PROFESIONAL CULTURAL.
Eso es tanto como si el ingeniero civil tuviera que poner a la mujer a vender empanadas a la orilla de la carretera, mientras él la pavimenta con el asfalto que él mismo pagó con dinero de su propio bolsillo o de un amigo.
Y todo eso se presenta por los medios como la gran labor de “estímulo” a los artistas que cumple el Ministerio, y se cacarean algunos miles de millones que “se gastan” en eso (que siempre son pocos), pero nunca se reconoce que los Gestores Culturales aportaron varios Billones en mil trabajos permanentes no contabilizados. Es la clásica relación leonina.
Por eso es que esa “guaricha tragona” vive siempre famélica y huesuda. Incluso hay momentos en que parece muerta.
Namasté.