PLURICULTURALES Y MULTIÉTNICOSANDRES FELIPE GIRALDO

Por: Andrés Felipe Giraldo López, Politólogo especializado en periodismo de la Universidad de los Andes. Experto en temas de corrupción. Mención Especial Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2010 en categoría de Mejor Crónica Escrita.

1991 fue un año histórico para Colombia. Después de 105 años, la Constitución de 1886 fue derogada en su totalidad y se expidió una nueva Constitución Nacional. Es importante recordar este hecho, porque parece que muchos colombianos no se han enterado.

La Constitución de 1886 era una Carta claramente confesional, proclamaba la religión católica como la oficial de la Nación e incluso, consagraba al país al Sagrado Corazón de Jesús. En el contexto en el cual se redactó dicha Constitución era previsible la contundencia del mandato del partido Conservador, dado que se habían presentado varios conflictos violentos con los radicales liberales del siglo XIX y Rafael Nuñez y Miguel Antonio Caro consideraron que era necesario definir los derroteros de la identidad nacional con bases firmes, ligadas a la religión católica, la herencia colonial de los españoles más plausible que ha perdurado de manera arraigada hasta nuestros días.

De alguna manera, la Constitución de 1886 fue el cemento con el cual se construyó el status quo en el país durante todo el siglo XX. Las ideas tradicionales sobre la religión, la familia, las buenas costumbres y la moral fueron regidas con el lente de la iglesia católica, fundamental en la vida social, política, cultural y económica de la nación durante toda la vigencia de la Carta del 86. La violencia de mediados del siglo XX es un claro ejemplo de la polarización entre dos bandos radicalizados alrededor de la percepción sobre la religión y las buenas costumbres que fueron capaces de enfrentarse a muerte para imponer sus puntos de vista. Esa violencia se fue cuajando desde principios de siglo, cuando la guerra de los mil días culminó con el triunfo de los conservadores y se dio por sentado que la Constitución era incontrovertible y absoluta. Como la Biblia.

Sin embargo, el siglo XX creció y envejeció igual que sus dogmas. Las luchas por las reivindicaciones sociales de las minorías en todo el mundo fueron debilitando los argumentos referidos al orden natural constituído por el Dios católico que es esencialmente machista y excluyente, de acuerdo con la interpretación de la Biblia. Las mujeres encontraron una identidad revolucionaria ligada al feminismo en todo el mundo occidental, los negros lucharon contra la supremacía blanca dejando en el camino muchos mártires de la causa principalmente en los Estados Unidos de América y poco a poco se fueron alzando voces históricamente acalladas de pobres, marginados y discriminados que desempolvaron con furia la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución Francesa de 1789.

Así pues, el ocaso del siglo XX llegó a Colombia con una nueva Constitución que plasmó de manera taxativa una nueva forma de ver al país y al mundo y que por supuesto está contribuyendo a la construcción de una nueva identidad. Esta nueva Constitución cambió de fondo el confesionalismo al que nos sometió la Constitución del 86 y proclamó a Colombia como un Estado laico, en donde se respeta la libertad de cultos y se protege a las minorías. El efecto de estos cambios, que no son menores, se están notando con intensidad ahora, como los efectos de la Constitución de 1886 se resintieron en 1946, en el momento en que empezó la etapa más cruenta de la época de la violencia cuando el conservatismo, con Mariano Ospina Pérez, recobró el poder después de 16 años de hegemonía liberal. Y como suele suceder con los cambios, la resistencia ha sido feroz, radical, mística y beligerante. Esta situación ha polarizado a la sociedad entre quienes consideran que la Constitución es norma de normas y que por lo tanto desde el punto de vista legal y práctico es el único referente de acción de una sociedad y aquellos para quiénes la Biblia sigue estando por encima de cualquier mandato humano, porque, por supuesto, Dios sigue siendo fuente suprema de toda autoridad.

La situación es compleja porque la religión católica ha perdido su principal pilar de acción política que era la Constitución del 86.Pero para los católicos esto no significa la pérdida de su supremacía moral, dado que la Biblia es imperativa, incontrovertible y además, es la palabra de Dios. Sin embargo, en la vida real, más allá de los presupuestos católicos, las minorías, las poblaciones vulnerables, los intelectuales y los laicos han encontrado en la Constitución de 1991 una herramienta de acción para hacer valer sus derechos, resaltando que Colombia es ante todo un país pluricultural y multiétnico. Por lo tanto, a pesar de trazos de evocación a Dios que aún persisten en esta Constitución, la sustancia está lejos, muy lejos de los mandatos biblícos que obligaban a toda la sociedad a la cosmogonía religiosa y ubica el eje de comprensión social en las libertades individuales, los derechos fundamentales consagrados desde el respeto por esas libertades y sobre todo, desde la secularización total del Estado de la Iglesia.

Esta situación ha obligado a esa gran porción de la sociedad que sigue a la Biblia por encima de cualquier norma, a argumentar sus puntos de vista con más sustancia que decir simplemente que sus presupuestos son válidos porque son mandato Divino o están en las sagradas escrituras. Desde la perspectiva legal, estos ya no son argumentos válidos y mucho menos incontrovertibles. Es así que presupuestos que antes eran obvios, ya no lo son.

Por ejemplo, la noción de familia, algo tan natural y obvio para los católicos durante más de diez siglos, como papá, mamá e hijos, ha encontrado un nuevo nicho de interpretación legal y práctica en las nuevas corrientes intelectuales de la libertad y la secularización que han encontrado como argumento fundamental para la conformación de la familia al amor y no al orden natural divino impuesto por Dios. Estos debates han descubierto un espacio de deliberación en la Corte Constitucional, en donde priman más los argumentos científicos, sociológicos y antropológicos que hacen cojear a los argumentos impuestos e irreflexivos de la religión. Como la Constitución del 91 establece en su artículo 13 que “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica…” ya no serán los tribunales de la Santa Inquisición y la censura moral del catolicismo las que diriman estas disputas. Los católicos y cristianos deberán elevar el nivel de sus argumentos. Sin embargo, pueden tener la tranquilidad de que sus derechos y creencias también serán respetados porque también están protegidos por la Constitución como los derechos de todos los demás. La única novedad es que ahora no pueden imponer sus creencias por la vía de la fuerza, no las pueden convertir en Ley y no pueden someter a los demás a su forma de ver el mundo, porque ahora es permitido disentir y vivir de acuerdo con otra moral, con otros principios y otros valores que también son moral, principios y valores. Colombia es un país en el que todos debemos caber, más aún, cuando se habla de paz. Ya es claro y constitucional que somos pluriculturales y multiétnicos. Ahora el reto es ser además respetuosos y tolerantes.