“El agua, tan imprescindible para la vida, es también una forma de control. Una herramienta para controlar a una población por su necesidad”, explica María Botero, miembro del grupo de investigación Territorio de la Universidad de La Sabana.

Por: Juan Manuel Flórez Arias

Llegaron después de las oraciones de la tarde. El sobreviviente, un pastor musulmán de 35 años vio cómo los agricultores cristianos rodearon la aldea de Kwarakwara, en el centro de Nigeria, y comenzaron a entrar a las casas.

Él corrió hacia un árbol, solo, mientras su esposa embarazada huía hacia el río con sus dos hijos. El azar hizo que los descubiertos fueran ellos. A él, en cambio, le tocó observar desde su escondite mientras los mataban.

La masacre, ejecutada entre el 17 y el 20 de junio de 2017 en la meseta de Mambilla, según documentó la ONG Amnistía Internacional, no fue cometida en nombre de un Dios o de una venganza familiar. A la esposa y los hijos de ese pastor, y a 729 habitantes más de aldeas cercanas, los mataron por agua.

Guerras del presente

La imagen de una persona levantando la mano para asesinar a otra por un poco de agua no es solo un miedo del futuro. En Nigeria, los efectos del cambio climático y el aumento de la población –que según la ONU lo llevará a ser el tercero con más habitantes del mundo en 2050– alimentaron el conflicto entre los agricultores y los pastores nómadas.

Durante décadas, explica un informe de Amnistía Internacional, AI, en 2018, ambos grupos coexistieron pacíficamente. Los pastores usaban las zonas de cultivo durante las épocas de baja producción agrícola y, en mayo, cuando comenzaban las cosechas, migraban al norte con sus rebaños para volver solo hasta final de año.

Pero, con las sequías, esta dinámica se rompió y dio inicio una disputa por los recursos que, de acuerdo con la ONG Internacional Crisis Group, ha causado seis veces más muertes en Nigeria que la presencia del grupo extremista Boko Haram. Solo en 2018, 1.949 personas murieron.

La de este país es la cara más extrema de este tipo de conflictos tan antiguos como los colapsos de los más grandes imperios y dinastías. De acuerdo con investigaciones como la de Solomon Hsiang, profesor de la Universidad de California en Berkeley, el estudio cuantitativo permite demostrar que las variaciones drásticas en las dinámicas del agua coinciden con el declive de grandes poderes políticos.

Así, las huellas en la Cuenca del Cariaco permiten determinar que hubo profundas sequías entre los siglos VIII y XIX, que coinciden con el colapso de la civilización Maya. Más de dos milenios antes, el fin del Imperio Acadio en Mesopotamia también ocurrió al tiempo que la tierra se secaba por años.

Los conflictos por el agua, apunta Dolly Palacio, investigadora de la Universidad Externado, están integrados a la historia misma de la humanidad y, sin embargo, siguen siendo, en gran medida, un terreno desconocido.

No ha sido declarada la primera guerra entre dos países por un río o un lago, aunque este recurso subyace en casi todos los conflictos conocidos. Pero, de acuerdo con varios estudios, las próximas décadas traerían un cambio que, de ocurrir sin la presencia de acuerdos internacionales, convertiría a ciertas zonas del mundo en campos de batalla por el agua.

Guerras del futuro

En la última década, de acuerdo con el informe de 2018 de Naciones Unidas sobre acceso al agua en el mundo, hubo 263 confrontaciones por este recurso el planeta. El triple que entre 2000 y 2009.

La cifra, además, solo puede seguir aumentando si se mantiene la demanda hídrica actual, 1 % más alta cada año, que para 2050 pondrá al 52 % de la humanidad en un escenario de escasez de agua.

Entonces, compartir una cuenca en una frontera o el cauce de un río que pasa por dos países adquirirá otro significado. De acuerdo con el reporte mundial del Global International Waters Assessment, hasta 2006 existían 263 cuencas de agua transfronterizas; es decir, el 60 % del agua del mundo está en medio de dos Estados.

¿Qué sucederá cuando aguas arriba se decida la construcción de una represa para la generación de energía que desabastecerá pueblos de otro país aguas abajo?

De acuerdo con una investigación del año pasado del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea (JRC), dirigida por Fabio Farnosi, las tensiones políticas del futuro seguirán los cauces de ríos que crucen o dividan fronteras, como el Nilo, que pasa por diez países; el Ganges, entre India Bangladesh; y el Colorado, que comparten Estados Unidos y México.

Se trata de zonas, además, en las que se prevé que habrá un drástico aumento de la población y la temperatura y en las que cada vez lloverá menos.

Pero la abundancia de agua, como en el caso de Suramérica, no excluye a sus países de la posibilidad de conflictos. Desde 2006, la investigación de la profesora Carmen Maganda sobre acuíferos transfronterizos en esta parte del continente advirtió de la necesidad de tratados de cooperación entre los países de la región para gestionar este recurso al que, incluso tras su declaración como Derecho Humano en 2010, aún se le puede poner precio.

El agua, tan imprescindible para la vida, es también una forma de control. Una herramienta para controlar a una población por su necesidad”, explica María Botero, miembro del grupo de investigación Territorio de la Universidad de La Sabana.

Esto ya pasó en Bolivia. Entre enero y abril del 2000 se libró un conflicto que aún es recordado como la Guerra del Agua, cuando ante el aumento de hasta el 300 % de las tarifas en la ciudad de Cochabamba, los ciudadanos decidieron dejar de pagar y recoger aguas lluvias.

El consorcio Aguas del Tunari intentó prohibir en el Congreso este tipo de abastecimientos y la respuesta fue una batalla abierta entre civiles, liderados entre otros por el entonces congresista Evo Morales –hoy presidente–, y las fuerzas estatales.

Estas, amparadas por el estado de sitio, dispararon durante tres meses gases lacrimógenos contra los manifestantes y, al final, una bala que impactó en el cuello de Víctor Hugo Daza, un joven de 16 años.

Su muerte generó tanta presión al gobierno que se vio obligado a reversar las medidas y expulsar a la multinacional. La victoria, sin embargo, se sintió como el primer asalto de un conflicto del futuro, que comienza a librarse en países como Nigeria, donde las comunidades se enfrentan a muerte bajo el mismo grito que los campesinos de Cochabamba: “El agua es nuestra, carajo”

Tomado de El Colombiano