Panorámica desde el Séptimo Piso
Por: Andrés Becerra L.
Durante varios milenios la única interpretación que tenía el hombre sobre el origen del Universo era la que presentaban las religiones. A lo largo de la Historia las creencias de tipo religioso han tenido variaciones de matiz según sea la región o la época, pero todas han mantenido elementos coincidentes, como la existencia de un ser supremo, único y eterno, que en algún momento decide crear el Universo (dejo de lado la inmensa familia de dioses y titanes de los griegos, por compleja y no pertinente para este tema).
Cuando el hombre desarrolla la Ciencia, decide convertirla en su nuevo oráculo y creer únicamente lo que ella afirme, en el entendido de que todo lo que se prueba por el método científico cumple con un riguroso proceso de razonamiento, lógica y verificaciones objetivas de los hechos. Entonces, la nueva diosa es la Razón y la Ciencia su Sumo Pontífice, y por supuesto, los científicos son sus sacerdotes.
Aparentemente las dos explicaciones están contrapuestas, pues la Religión se apoya en la fe que se debe tener en lo que han dicho o escrito unos hombres, supuestamente inspirados por ese ser supremo original que nadie puede probar científicamente, y la Ciencia se fundamenta en la razón y su método objetivo de verificación. Sin embargo, uno va encontrando unas similitudes que pueden parecer hasta irrespetuosas.
Cuando pienso en el Big Bang, ese momento inicial de existencia del Universo (según la versión de los científicos), observo que eso es algo que no se puede probar con el método científico (que incluye la repetición del evento con similares condiciones iniciales y resultados), así que allí aparece una pizca de fe en lo que sigue siendo una teoría o una hipótesis por probar.
Lo más sencillo, y con sentido, que he leído sobre ese momento es que toda la energía que luego vino a convertirse en el Universo estaba reunida en un muy pequeño punto y a partir de él comenzó a transformarse en materia, y que antes del primer segundo ya estaban plenamente establecidas y relacionadas las cuatro fuerzas fundamentales del Universo (Gravitatoria, Electromagnética, Nuclear Fuerte y Nuclear Débil).
Y aquí surge una semejanza con la Religión, porque resulta inevitable preguntarse dónde quedaba el punto de reunión de la Energía si hasta el momento no existía un Universo que lo contuviera. Eso se parece mucho a la idea de un dios a quien nadie ha creado y que estaba por ahí desde antes de que existiera el tiempo.
Por otra parte, otro de los postulados de la Ciencia es que la Vida surge y se transforma a partir de billones o trillones de sucesos aleatorios que en algún momento dan un salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, y aparece la vida, y sigue evolucionando por ensayo y error, privilegiando los sucesos afortunados y descartando los fallidos. Pero si eso es un método estándar en el Universo (y debería serlo, porque éste se rige por leyes generales), pienso que no fueron muchos los ensayos que alcanzó a hacer la Energía inicial para encontrar la feliz fórmula de valores y relaciones para las cuatro fuerzas fundamentales, si antes de una sextillonésima de segundo ya las tenía establecidas (no quiero aburrirlos con cifras, pero les muestro una: en el momento 10 a la potencia -41 segundos, es decir, 0,00000000000000000000000000000000000000001 segundos, ya estaba definida la fuerza gravitatoria).
La expansión del Universo ocurre en un equilibrio supremamente precario. Esto dice Stephen Hawking, uno de los físicos más respetados en el mundo: «¿Cómo es posible que el Universo se iniciara con una tasa de expansión tan próxima al punto crítico que separa a los modelos que vuelven a colapsar de los que siguen expandiéndose eternamente y que incluso ahora, diez mil millones de años después, esté expandiéndose a una tasa todavía casi idéntica al punto crítico? Si un segundo después del Big Bang la velocidad de expansión hubiera sido menor incluso en un cien mil millonésimo de millonésimo, el Universo se hubiera vuelto a colapsar antes de que hubiera podido alcanzar su tamaño actual.»[1] Por otra parte, si la velocidad de expansión hubiera sido un poquito mayor, incluso en una millonésima parte, las estrellas y los planetas no se hubieran podido formar.
La pregunta que me surge es inevitable: ¿Cuántos ensayos aleatorios pudo hacer tal Energía inicial en una sextillonésima de segundo para encontrar los valores adecuados para las Fuerzas Fundamentales y la tasa de expansión (además de otras “cosillas” que quedan sin decir)?
La única explicación que se me ocurre es que esa Energía inicial contenía la información necesaria para hacer lo que hizo, ya estaba “programada” (como un computador) para la tarea… lo cual lleva a otra pregunta: ¿Cómo llegó allí esa información?
Como pueden ver, también en el altar de la Ciencia se exige fe para asumir sin pruebas una serie de premisas, similares a las que se exigen en el altar de la Religión (como aquellas de un dios No-Creado que, de pronto, quizá por aburrimiento, decide crear un Universo y una Humanidad… ¿Para qué? ¿Por qué no seguir como estaba?).
Lo que a mí se me ocurre es que, de alguna forma, la mente nos mama gallo, y nos pone a darles vueltas a unos temas que, quizá, no merecen tanto embrollo. Me parece bien que quienes se sientan llamados a investigar esos asuntos, lo hagan, pero ahora, cuando me quedan menos años por vivir que los ya vividos (según “demuestra” la Estadística), prefiero no gastar mi cada día más valioso tiempo (por escaso) en darle vueltas a eso.
Mirando la vida de una forma práctica, no hace diferencia si el Universo fue creado por un SER No-Creado o si fue resultado de una singularidad energética en un punto sin dimensiones. Ya no quiero pensar en mi origen, sino en mi destino; qué voy a hacer ahora mismo para tener mejor vida en adelante, cómo puedo controlar mi mente para que esté a mi servicio y no yo sometido a su locura.
Aunque a ratos me vuelve a asaltar la curiosidad… ¿Sí será que hubo un Big Bang?
No sé… ¿Usted qué piensa?
[1] Hawking, A Brief History of Time, 138.