Por: Andrés Becerra L.
Panorámica desde el Séptimo Piso
Con el pie levantado, a punto de dar el último paso necesario para alcanzar el séptimo piso en esta escala de la vida, inicio una serie de publicaciones que he llamado “Panorámica desde el Séptimo Piso”. No tienen intención más allá de reflexionar con ojos de anciano, con la perspectiva que dan los años y con la consejería de la que se va convirtiendo en la “nueva mejor amiga” (esa que hace décadas parecía la peor enemiga, la muerte), sobre los temas cotidianos, los que siempre guardan vigencia y los que pasan como flor de un día.
Y digo que estas reflexiones no tienen intención ulterior porque, cuando se alcanza una sana ancianidad, ya no se abrigan ilusiones de reconocimiento, fama, y otra cantidad de distractores que a lo largo de la vida nos robaron el precioso y escaso tiempo que nos es concedido. Por supuesto, hay ancianos que siguen pataleando por una chupeta, y otros que todavía sueñan con ser los que dispongan de la vida de todos los demás, pero no es este el caso y yo solo puedo hablar desde la orilla en que me encuentro (como hacemos todos).
Una de las características de la ancianidad es que ya se nos permite decir lo que queramos, y la mayoría nos escucha con condescendencia porque ya vamos de salida, así que la mejor estrategia es darnos tiempo para que nos vayamos con “la nueva mejor amiga”. Por eso empiezo por reivindicar el uso de ciertas palabras que nos han estado robando, como las palabras anciano y ancianidad.
De unos años para acá aparecieron unos “genios” que decidieron que decirle anciano a una persona mayor constituía una ofensa, y clasificaron a la gente estadísticamente por “grupos etáreos” (primera, segunda, tercera edad). ¿Qué ofensa hay en decirle niño a un niño, joven a un joven, adulto a un adulto, y ancianos a los que peinan canas y les ha crecido demasiado la piel?
En muchas culturas la palabra anciano designa a la persona con mayor experiencia y sabiduría, esa que puede ser guía de los más jóvenes, esa que por su condición de vulnerabilidad física merece consideración especial en ciertas labores, esa que merece el respeto de la comunidad porque ha aportado a la misma décadas de trabajo.
Yo me declaro ANCIANO, pido que me llamen ANCIANO, no le tengo miedo a la palabra ANCIANO.
Me rehúso a que desconozcan y escondan detrás de palabras asépticas lo que me ha costado tanta vida acumular.
No necesito que un “erudito estadístico” me clasifique en un grupo etáreo “mayor que y menor que” tantos años.
Yo soy mucho más que mi edad, así que no me agrada que me reduzcan a una cantidad de años vividos.
Un número de años homogeneizantes invisibiliza toda la profunda riqueza humana que constituye mi ser. “Adulto mayor” o “Tercera edad” no tienen la tradición y el profundo significado de ANCIANO.
ANCIANO es aquel que ha logrado comprender que todos somos igualmente frágiles y temerosos, y que los alaridos de soberbia guardan directa proporción con el miedo, el desconcierto y la ignorancia.
ANCIANO es aquel que ACEPTA con amor fraterno a todos los demás porque reconoce en los defectos y errores de ellos los mismos defectos y errores que él posee o ha poseído.
ANCIANO es aquel que ya COMPRENDIÓ y ACEPTÓ que la mucha o poca salud que tiene es consecuencia directa de la vida que ha tenido, y que no puede cambiar su pasado pero sí puede mejorar su futuro, y a ello dedica el resto de su vida.
ANCIANO es aquel que ya aprendió que no vale la pena estresarse en una carrera absurda contra el reloj para alcanzar logros externos, porque el único reloj que importa de verdad es el latido del corazón y los únicos logros que importan son los que se acumulan dentro de la piel.
ANCIANO es aquel que ya comprendió que no nació en la familia que tiene por mero capricho de un tiránico destino, sino que ella constituye el más valioso entorno y está formada por los más idóneos compañeros para cumplir las tareas verdaderamente importantes de la vida: CONOCERSE A SÍ MISMO y APRENDER A AMAR.
ANCIANO es aquel que ya renunció a utilizar a las demás personas en procura de su personal beneficio y decide, en cambio, servirles a los demás sin expectativa de retribución alguna (ni siquiera un agradecimiento, porque COMPRENDE que quien no es agradecido no merece reproche sino piedad por su profunda ignorancia).
ANCIANO es aquel que ya COMPRENDIÓ que el camino espiritual que debe recorrer se llama VIDA y el templo donde debe unirse con la Fuente Única y Universal es su propio SER. Por eso guarda silencio la mayor parte del tiempo, porque no hay mucho qué decir sino todo por escuchar.
Alcanzar una sana ancianidad es una inmensa bendición que debe ser celebrada. ¡QUÉ BUENO ES SER ANCIANO!