Por: Gustavo Gómez Códoba

La credibilidad no es el principal atributo del periodista. Lo es la rectitud, en un oficio cuyo ejercicio debe evitar las curvas que demoren el tránsito a la verdad. La credibilidad termina siendo una manifestación de la honestidad. De nada sirve una credibilidad de utilería cuando la tras escena del periodista es un muladar.

No aterran tanto las noticias falsas como la posibilidad de que vengan de la mano de un periodista. Desde que el mundo es mundo, intereses ocultos mueven y fomentan las falsas informaciones. Y los periodistas pueden resbalarse en ellas, siempre de buena fe. Si con premeditación y plena conciencia emana la falsedad del periodista, a la frase le sobra la palabra periodista. Periodista deshonesto no es periodista.

A pesar de los esfuerzos académicos por llevar el periodismo a elevados estadios del saber, se trata esencialmente de un oficio. Es el periodismo una ocupación habitual que se aprende y perfecciona a través de la práctica y del contacto con experimentados colegas.

El periodismo es un oficio como lo es la zapatería, en el entendido de que aquel requiere de altas dosis de ética y transparencia. Y no es que pueda el zapatero ser un desvergonzado. Sucede que cuando el zapatero es venal, afecta a su cliente. En cambio, cuando la inmoralidad acompaña al periodista, el daño es para la sociedad.

No trabaja el periodista para el medio. El medio es solo eso: un puente entre dos extremos, la gente y la información. A riesgo de recorrer la senda de la cursilería, anotaremos que el periodista trabaja para la gente y para su expectativa de saber la verdad. Porque el periodismo no es la verdad revelada; lo inspira, eso sí, la idea de honrarla.

Ambrose Bierce, brillante caudillo de los malnacidos, definía con algo de benevolencia al periodista en su Diccionario del Diablo: “escritor que por medio de conjeturas llega a la verdad y la esparce en una tempestad de palabras”.

A propósito de estas reflexiones animadas por la reciente celebración del Día del Periodista, vale la pena ver The Post (Los oscuros secretos del Pentágono, como se tituló en español). Bien logrado registro fílmico de uno de esos momentos en que el periodismo tiene que elegir si mantenerse en la senda de la verdad o censurarse, temiendo nefastas consecuencias empresariales.

Una escena muestra a los periodistas pendientes de cierta decisión trascendental de la Justicia de los Estados Unidos en materia de libertad de expresión, y reproduce parte del pronunciamiento de la Suprema Corte: “La prensa sirve a los gobernados, no al gobernante”.

Hoy la radio se oye en dispositivos mientras desaparecen los radios. Las noticias de la televisión se ven con un control que determina horarios y contenidos. La prensa existe sin compresiones y tinta, disparada como neutrón en las redes.

Las plataformas y los canales cambian; no así el periodismo. Su éxito evolutivo radica en no transformarse. Su modernidad se deriva de aferrarse a postulados ancestrales. Los envases cambian, pero el agua siempre debe mantenerse pura. Gran valor del agua, su transparencia; así también del periodismo.

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Ultimátum. Creyendo con cierta candidez que no las inspiran motivos de política electoral, diremos que son respetables las manifestaciones públicas de repudio a los líderes de las Farc en su actividad proselitista. Recogen lo que sembraron. Pero si vamos a construir país, valdría la pena que el descontento no tomara las formas grotescas de la incivilidad que estamos viendo a diario.