Por: Juan Niño López

Siendo optimista, la pregunta sobra, por fortuna, para la mayoría de la gente que coincide con la respuesta simple de  ¡Para expresarnos! Pero, esta cuestión es más complicada de lo que sospechamos.

Parte de la respuesta se puede concluir de las declaraciones hechas por Pablo Picasso a la revista de L´ Association Populaite des Amis de Musées, “Le Musée vivant” nº 17-18 del año 1963.

“Cuando yo era joven, igual que todos los jóvenes, tuve la religión del arte, del gran arte; pero con el correr de los años me he dado cuenta de que el arte, tal y como se lo concebía hasta finales de 1800, está ya acabado, moribundo, condenado, y que la pretendida actividad artística, con todo su florecimiento, no es más que la manifestación multiforme de su agonía. Los hombres se apartan, se desinteresan cada vez más de la pintura, de la escultura, de la poesía; aparte de las apariencias contrarias, los hombres de hoy tienen puesto su corazón en otra cosa muy distinta: las máquinas, los descubrimientos científicos, la riqueza, el dominio de las fuerzas naturales, y de todos los territorios del mundo. Nosotros ya no sentimos el arte como una necesidad vital, una necesidad espiritual, como era el caso de los siglos pasados.

Muchos de entre nosotros siguen siendo artistas y ocupándose del arte por unas razones que tienen muy poco que ver con el verdadero arte, sino por espíritu de imitación, por nostalgia de la tradición, por inercia, por el gusto de la ostentación, del lujo, de la curiosidad intelectual, por moda o por cálculo. Viven todavía por costumbre y por esnobismo, en un reciente pasado, pero la gran mayoría de ellos, en todos los medios, no tienen ya una pasión sincera por el arte, al cual consideran, todo lo más, como una diversión, un ocio y ornamento.

Las nuevas generaciones, amantes de la mecánica y del deporte, más sinceras, más cínicas y brutales, irán dejando el arte, poco a poco, relegado a los museos y las bibliotecas, como una incomprensible e inútil reliquia del pasado. En el momento en que el arte ya no es alimento de los mejores, el artista puede exteriorizar su talento en toda clase de tentativas de nuevas fórmulas, en todos los caprichos y fantasías, en todos los expedientes de la charlatanería intelectual. El pueblo ya no busca ni consuelo ni exaltación en las artes. Y los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencias, buscan lo nuevo, lo extraordinario, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Por mi parte, desde el “cubismo” y más lejos aún, he contentado a esos señores y a esos críticos con las múltiples extravagancias que me han venido a la cabeza, y cuanto menos las han comprendido, más las han admirado. A fuerza de divertirme con todos esos juegos, con todas esas paparruchas, esos rompecabezas, acertijos y arabescos, me hice célebre rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza.

En la actualidad, como sabéis, soy célebre y muy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme artista en el sentido grande y antiguo de la palabra.

Ha habido grandes pintores como Giotto, Tiziano, Rembrandt y Goya. Yo no soy más que un bufón público que ha comprendido su tiempo. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero que tiene el mérito de ser sincera”.

Ocupado en responder a esta pregunta, hace casi dos años,  encontré un artículo el “El Mundo” de España que moralmente me veo obligado a reproducir porque otros no responden con tanta claridad nuestra actual situación. “¿Nos puede transportar el Arte hasta los ‘sótanos del alma’? La propuesta, aunque parezca una provocación, le sirve a la autora, Cármen Reviriego, para plantear la necesidad de abandonar lo cotidiano en busca del pálpito del Arte”

“El escritor Foster Wallace contaba en una ocasión a los graduados en Artes de Kenyon College, Estados Unidos, la historia de dos jóvenes peces que van nadando tan tranquilos y se cruzan con un pez adulto que les saluda: «Buenos días chicos, ¿qué tal el agua?». Los dos jovenzuelos siguen a los suyo y, de pronto, uno le dice al otro: «¿Qué demonios es el agua?». Ni Wallace pretendía ser el pez adulto, ni menos lo pretendo yo, pero lo cierto es que en algún momento de la vida cualquiera puede darse cuenta de que las cosas más importantes -a veces vitales-, nos han pasado desapercibidas. Para que esto no ocurra sirve el Arte. Me explico.

En las sociedades más ricas la gente se pasa la vida corriendo, a veces a un ritmo frenético. Vivimos inmersos en lo que se ha dado en llamar sociedad de consumo y cuando no estamos produciendo estamos consumiendo. En las sociedades más deprimidas económicamente, las personas son prisioneras de necesidades básicas que, incluso trabajando de sol a sol, pueden no llegar a cubrir. Al final… todos esclavos, condenados a este invierno del alma de insatisfacción y desesperanza que produce una especie de desazón, de embrutecimiento, de desconexión de uno mismo que desemboca en pura inercia mecánica. Y lo mecánico tiene poco de humano, todo lo contrario que el Arte. El Arte tiene la capacidad de sacarnos de cualquier runrún monótono. El Arte, cuando es bueno, te sacude, te conmueve, te emociona, te lleva de viaje a lo más profundo y más humano que hay en uno mismo, te lleva, en fin, al lugar donde se tienen guardados los sentimientos.

Y ahora, al preguntarse en alto ¿qué es el Arte?, deje de lado por un segundo todas estas cosas tan razonables y piense, por un segundo, la última vez que algo le ha conmovido de forma profunda. Piénselo. ¿Fue una película? ¿Una melodía? ¿Fue una escultura? ¿O una novela o un poema? Piénselo un segundo. ¿Lo tiene? Si no piénselo aún un poco más hasta que lo recuerde. Es importante. ¿Ya? Bien, ahora… ¿Recuerda lo que sintió? Difícil de explicar, ¿verdad? Emoción. Seguramente. Conexión con algo que va un poco más allá de la razón. Sin duda algo profundo, la sensación de estar vivo. Quizá pensó que le gustaría que esa sensación no se acabara nunca. ¿Lo recuerda? Cuando el arte toca -aunque no sepamos exactamente decir qué es exactamente eso-, es como si, de manera inesperada, recibiéramos la visita de un desconocido en los sótanos del alma, allí donde tenemos guardados los sentimientos -a veces olvidados- de toda una vida… ¡Un momento! En los sótanos del alma, que curioso, es difícil definir alma, pero aún es más difícil pensar que el alma tenga ¡sótanos! Los edificios tienen sótanos ¿pero el alma? Y sin embargo hay algo que entendemos con esta expresión, algo que llega a donde la razón no alcanza. Parece que el arte es, de pronto, una forma de entender, otra forma de entender, cosas que nos conmueven pero que no se pueden explicar así como así. Es, como si el Arte, eso que nos preguntamos ¿pero qué es?, se convirtiera en un extraño que llama y, muy prudentemente, se queda en el quicio de la puerta esperando…, quiere saber si estamos dispuestos, receptivos a lo que viene a contarnos.

Porque el arte puede ser o no ser, no puede forzarse, y cuando «es», surge una sensación de misterio: me toca, pero ¿por qué me está tocando? ¿Qué está pasando? Y se produce una especie de comunión, de saber que nuestros sentimientos están en contacto con otros sentimientos, los del artista, o los de otras personas que han mirado el mismo cuadro y se han emocionado con él. O no. Quizá el amigo que tenemos al lado se aburre, o la pareja con la que compartimos la noche, no se siente emocionada por esta particular melodía. Aun así, tenemos la sensación de compartir algo extraño y profundo con el mundo. Normalmente no pensamos mucho en ello -más bien nada-, nos limitamos a emocionarnos y a darnos cuenta de que estamos viviendo un momento especial.

Decía Dostoievski que mientras los hombres no se sientan en verdad humanos no habrá fraternidad. Por eso, precisamente, es tan importante el Arte para que el hombre, cualquier hombre, se reencuentre de nuevo consigo mismo de forma inesperada.”