POLÍTICAS PÚBLICAS Y CULTURA CIUDADANA: MÁS ALLÁ DEL AJUSTE DE MODELOS FORÁNEOS
Por: ÁNGELA PATRICIA NAVARRETE CRUZ, Socióloga y Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Especialista en cultura política, ciudadanía y desarrollo rural. Catedrática de la Universidad Javeriana. Consultora de la ONG FUNDEAMBIENTE. Ha sido investigadora de la Universidad Nacional de Colombia, la Kettering Foundation y la Universidad de Ibagué, catedrática de la Universidad del Tolima y la Universidad de Ibagué, y coordinadora de proyectos en otras ONG.
Uno de los grandes retos de cualquier democracia es la consolidación de una ciudadanía responsable, y por ende, participativa y deliberante frente a lo público. En la sociedad colombiana este reto ha sido crítico, presentándose la democracia más como un régimen formal con validación electoral de tanto en tanto, que como un sistema de corresponsabilidad entre los miembros del gobierno, el Estado y la población en general. Semejante involucramiento pasa por muchos ejes, pero de manera reciente el tema de cultura ciudadana se ha visto como crucial para comprender cómo se logra, e incluso, cómo se puede fomentar desde la política pública.
La relación entre cultura ciudadana y políticas públicas hoy en día parece más que establecida. Sin embargo, el que sea fructífera depende de muchos factores, de los cuales quisiera llamar la atención sobre dos: el primero, el cómo hacer partícipe a la ciudadanía de la política pública sobre cultura ciudadana, no como objeto de unas estrategias y acciones que se establecen por otros, sino como sujetos activos de tal política; y el segundo, cómo propiciar que efectivamente la cultura ciudadana perdure más allá del tiempo de ejecución de la política pública, teniendo en cuenta que los cambios culturales, desde el conocimiento de ciencias como la antropología o la sociología, pueden tardar largos períodos de tiempo en incorporarse en los hábitos, comportamientos y simbología de una sociedad.
Uno de los escollos con los que se puede encontrar una política pública para abordar ambos aspectos, es la importación de modelos de otras latitudes. Este problema es común a muchas políticas públicas, en especial, a aquellas implementadas desde la idea de desarrollo en las que un grupo de países son del denominado “primer mundo”, mostrándose como el modelo deseable a seguir; y otro grupo de países hacen parte de una clasificación que los vuelve de segunda y tercera categoría, incapaces de definir sus propios ideales de desarrollo, entre otras cosas, porque ya los países del primer mundo nos han mostrado que es lo que se debe y se puede desear.
Algo semejante ha ocurrido con el tema de la cultura ciudadana. Si bien no se trata de que no haya aspectos comunes y ejemplos a imitar desde otras latitudes, ha habido fallas importantes a la hora de edificar políticas públicas alrededor de este tema que se ajusten a las necesidades particulares de una determinada población. El caso que conocí más de cerca y del que tuve la oportunidad de realizar una evaluación en 2012, fue el de la ciudad de Ibagué. Allí, a partir de los éxitos de la política desarrollada en Bogotá por el exalcalde Antanas Mockus, se quiso fomentar el desarrollo de la cultura ciudadana. Se iniciaron indagaciones a través de encuestas sobre las percepciones ciudadanas en temas como ambiente, seguridad y convivencia, y movilidad, entre otros, buscando priorizar esferas de acción y ajustar estrategias. Sin embargo, el uso exclusivo e intensivo de la encuesta en el proceso de diagnóstico para buscar dicho ajuste, desconoció el funcionamiento de las dinámicas de redes en la ciudad, haciendo que, en ese entonces, las acciones iniciales del Programa “Ibagué es más de lo que ves”, se diluyeran rápidamente y no contaran con el apoyo ni gubernamental ni de importantes organizaciones de la sociedad civil, tanto para su ejecución como para su continuidad. Adicionalmente, se ignoró la importancia de iniciativas comunitarias en sectores de estratos socioeconómicos bajos, debido a que no se logró identificar el quiebre que había en la ciudad entre las élites dirigentes y los ciudadanos del común, y cómo este permea las dinámicas sociopolíticas y culturales de la ciudad.
De allí la necesidad de no simplemente adecuar estrategias e incluso políticas públicas enteras sobre cultura ciudadana, sino de permitir que los imaginarios y representaciones propias del territorio, así como las prácticas (por ejemplo, el funcionamiento de las redes, las normas sociales propias de las comunidades, las dinámicas políticas como la relación de las organizaciones de la sociedad civil con las bases comunitarias, y la relación de los entes gubernamentales y estatales con ambas) y el mismo entorno espacial particular, puedan considerarse para construir una política pública que exprese las especificidades del territorio para que sus habitantes puedan apropiar esa política pública como algo ejercible en sus vidas cotidianas.
Otro elemento que influye en los dos aspectos indicados más arriba son las propias representaciones sobre la democracia y la legitimidad de su institucionalidad. Esto pasa por otras dos cuestiones: una, la tarea fundamental de las y los líderes políticos en la construcción y mantenimiento de comportamientos frente a lo público; y dos, relacionado directamente con lo anterior, la construcción en el imaginario colectivo de lo público. Es decir, uno de los núcleos fundamentales a la hora de efectivizar la relación entre política pública y cultura ciudadana es la percepción sobre lo público. De lo anterior se desprende el problema de que como lo público es de todos pero no es de nadie, no hay un relacionamiento de la gente del común frente a lo público. Este último, ha tomado entidad propia, y la ciudadanía no logra hacerlo suyo. De allí, considero, la indiferencia, o por llamarlo de alguna manera, la “indignación de un día” por parte de la opinión pública, frente a casos de corrupción, y en general, de situaciones que afectan lo público. Este es otro renglón a considerar desde la política pública sobre cultura ciudadana y que parece dado por sentado.
En resumen, para abordar los problemas relacionados con la participación ciudadana y la perdurabilidad de los impactos de una política pública en cultura ciudadana, es preciso fomentar el sentido de pertenencia por parte de la ciudadanía en dos vías: primero, frente a los contenidos mismos de la política pública; segundo, respecto a lo público. Lo anterior, no implica desconocer los enfoques usuales que consideran que hay que promover el sentido de pertenencia frente al territorio como espacio físico y simbólico. Pero sí demanda darle un lugar a aspectos como la necesidad de que las personas se involucren en la construcción de las políticas públicas que las afectan, en especial en un tema crucial como es la cultura ciudadana, para que puedan apropiárselas; y de que puedan entender y asumir lo público como suyo. De lo contrario, es muy probable que las continuas adecuaciones y ajustes que vemos que se hace en varios territorios de los programas, estrategias y acciones en cultura ciudadana concebidas en otras latitudes, estén condenadas al fracaso.