Panorámica desde el Séptimo Piso
Por: Andrés Becerra L.
El cielo amaneció despejado. Se alcanzaba a ver el Nevado del Tolima desde mi casa en un pueblito de Cundinamarca. El ánimo hogareño era plácidamente alegre por la compañía de una pareja de amigos que vinieron a visitarnos ese fin de semana. Llegó la hora del desayuno y pasamos a la mesa. Mi esposa nos sorprendió con algo especial: Tamales vegetarianos.
Desde hace algunos años le compramos a una señora que los prepara y vende para obtener el sustento de su familia. Es una mujer valerosa y trabajadora, a quien admiramos por su coraje para levantar con su esfuerzo a una pareja de hermosos hijos.
Los amigos, que no son vegetarianos, apreciaron y elogiaron el buen sabor de los tamales. De pronto, mi esposa llamó mi atención para mostrarme su tamal: contenía un huevo cocinado y trozos de carne de pollo. ¡Sorpresa total!
Brevemente, la explicación que dio después nuestra proveedora fue que una señora que le ayuda en la cocina le pidió permiso para hacer un tamal especial para su marido, a quien no le gusta el gluten y sí come huevo y carnes. Por confusión, ese tamal terminó en nuestra mesa y al señor le llegó un tamal con gluten.
¿Es eso un problema? NO. Es la manifestación de un problema.
El problema está en algo que no nos parece problema: hacerle pequeñas concesiones a lo que se sabe que no se debe hacer. Así entra el error en lo correcto, poquito a poco.
Por poner un ejemplo, una persona admite una conversación de tipo amoroso con alguien que no es su pareja, pensando que eso no es grave, porque no pasa de ser “cosas que se dicen”, pero eso le da paso a un toque «inocente» en una mano, después a una caricia en un hombro, un beso equívoco en la mejilla, etc., hasta que termina fornicando con esa persona y diciéndose a sí misma que no es tan grave porque es «con una sola». Y claro, después de esa vendrán otras, porque la consciencia se va adormeciendo cada vez más.
Una tribu de Norteamérica explicaba la consciencia diciendo que tenemos una pieza con tres puntas junto al corazón; cada vez que hacemos algo incorrecto, la pieza gira y raya el corazón, y eso nos duele; pero si persistimos en hacer lo incorrecto, la pieza se va desgastando y después ya no alcanza a rayar el corazón.
En otros países hay escándalo cuando ocurre un asesinato. En Colombia un asesinato no nos conmueve, sobre todo si ocurre a la semana siguiente de una masacre de 30. Tenemos muy gastada esa pieza junto al corazón.
Puede sonar a fanatismo esto de ser riguroso en la observación de ciertos principios y valores, sobre todo en una sociedad donde ha hecho tanta y tan perniciosa carrera el “todo vale”, donde la gente se siente orgullosa de seguir a un líder político que “roba poquito, no como otros”, donde se disculpan asesinatos en masa ignorándolos y resaltando alguna buena acción del genocida, pero en alguna parte debe haber líneas que no se pueden cruzar.
Todos somos fanáticos, solo que en distintos asuntos. Algunos son fanáticos en la fidelidad de su pareja, otros en su condición de varones, otros en su idolatría por un equipo de fútbol, etc.
Hay conceptos donde no se puede aceptar un 99%, así como no se está un poquito embarazada. O es, o no es. Y la sabiduría reside en ubicar correctamente en qué se puede ser condescendiente y en qué no.
Por supuesto, cada quien juzga y decide para su propia vida, porque la mayoría de problemas interpersonales surgen del mal hábito de pretender que los demás hagan las cosas como uno considera que deben hacerse, que vivan como uno piensa que es correcto.
Nuestra proveedora de tamales, vegetariana, transigió con quien no lo es para que metiera a su cocina elementos que ella desaprueba para sí misma, y puso en riesgo a sus clientes, vegetarianos, por algo que podría haberse solucionado de otro modo, como comprarle al señor un tamal con pollo en la esquina.
¿Cómo queda la confianza que sus clientes tenían en los productos que ella elabora y vende? ¿Pueden estar razonablemente seguros de que eso no ha ocurrido antes, o no volverá a ocurrir después?
La confianza es algo que se construye lentamente y se derrumba en un segundo. Por eso, la única manera de conservarla es no admitir NUNCA, NUNCA, NUNCA, una traición a la misma, aunque no nos estén viendo.
Esto es una enseñanza que me queda a mí de ese evento. Seré más celoso de mi propia virtud, para no traicionar la confianza que otras personas tienen en mí.
Cada quien sacará de todo esto sus propios aprendizajes, por supuesto, y así seguiremos avanzando en este camino de mejoramiento personal que recorremos todos en este plano.
A nuestra exproveedora seguiremos considerándola una amiga, admirándola por su coraje en la vida, respetándola como persona, pero pasará mucho tiempo antes de que, quizá, volvamos a comprarle algo.
Namasté.