Por: Rodrigo Villalba Mosquera
Venezuela es hoy sinónimo de atraso, pobreza, persecución e impunidad, gracias a Chávez y Maduro, quienes desde el 98, con un modelo sui generis en lo político y económico, iniciaron la debacle de la otrora nación poderosa de Suramérica.
Venezuela tocó fondo, registra hoy la inflación más alta del mundo (superior al 141%), lo que se traduce en un Estado de pobreza extrema, desempleo, hambre e inseguridad. Maduro logró lo impensable, sumir en la miseria al mayor productor de petróleo del continente y el de mayores reservas del orbe.
Y no es solo lo económico. La Venezuela de Maduro es una dictadura que desconoce la soberanía popular y viola sistemáticamente los derechos humanos. Hoy son miles los venezolanos en el exilio, mientras crece el número de presos políticos, cuyo único delito ha sido expresar su opinión y disentir de un gobierno autoritario que coarta la libertad de expresión y hasta expropia empresas. “Sólo las dictaduras despojan a sus ciudadanos de derechos, desconocen el Legislativo y tienen presos políticos”, dijo recientemente el secretario general de la OEA, Luis Almagro, la referirse a la crítica situación de Venezuela.
Pero Maduro empieza a sentir pasos de animal grande. La comunidad internacional ya no es ajena a la bomba de tiempo que está a punto de estallar. Esta es la razón que lo lleva a crear las más grandes ‘cortinas de humo’ para engañar al pueblo y seguir en el poder. Inventa complots, y nos insulta (entre ellos el Presidente Santos, el exvicepresidente Vargas Lleras y el expresidente Uribe), viola nuestra soberanía como la registrada en los últimos días en Arauca.
En este maremágnum de hechos negativos, los colombianos agradecemos a Venezuela su aporte a nuestro proceso de paz. Pero Venezuela después de ser nuestro buen vecino, nuestro mercado natural y segundo socio comercial se ha convertido en un vecino indeseado, inamistoso, arbitrario quien no paga a nuestros exportadores, cierra la frontera cuando se le da la gana sin respetar siquiera normas elementales de tratados internacionales y de la Comunidad Andina de Naciones- CAN. Y ahora para colmo de males establece un campamento militar en Arauca, acción temeraria y provocación propia de dictadores en dificultades, buscando conflictos con sus vecinos, esperando solidaridad interna, en un juego populista peligroso de impredecibles consecuencias. Por fortuna el gobierno de Colombia supo sortear por la vía diplomática el desalojo del incómodo usurpador, pero eso no se puede repetir, y si se da hay que responder con contundencia.
Nos debe doler lo que están viviendo los hermanos venezolanos, y en esa dirección me parece bien que Colombia sea uno de los catorce países firmantes en la OEA de la solicitud de elecciones en Venezuela, y hay que insistir en que a este país se le aplique la Carta Democrática.