Por: Fred Emiro Nuñez Cruz
No existe un solo colombiano que no anhele la paz, todos hablan de ella, se volvió pan de cada día y es parte de la cotidianidad sin distingo de clases, credos, ideales políticos o convicciones religiosas. Pero de igual manera el ciudadano de a pie, del común, no digiere las gabelas generosas del estado frente a quienes han lacerado de mortalidad a los campesinos, los empresarios, los recursos naturales, las mantas citadinas, las leyes y la más violada Constitución como es la nuestra.
Es increíble el alto precio, la arrodillada cruel de La Justicia Transicional en unos acuerdos construidos bajo las normas narcofarc, las mismas que se adaptan a la horma de sus botas crueles manchadas de sangre y desolación.
Como se sentirán los soldados de la patria, los mismos que ofrendan sus vidas bajo un juramento agudo de fe en la causa, viendo a su máximo jefe estrechando la mano de quien es buscado por todas las coordenadas, ahora fungiendo como bueno, poniendo las condiciones y con ansias de hacer más ilegal que ahora al paupérrimo congreso de la república donde se hacen las orates leyes, gemelas de mentes corruptas. Sigue siendo deprimente, deplorable y cuestionable que cuando un soldado cae en combate, se pregone que estamos en guerra, y cuando un guerrillero es abatido se castigue al miembro de las fuerzas legales por violar los derechos humanos. Esta es la antítesis de una norma firme que jamás se debe vulnerar.
Sí y siempre sí a la paz, no y siempre no a la venta de la democracia, manida por cierto, en un país ávido de justicia real, con un sistema antiguo de aplicaciones políticas o politiqueras con el conflicto armado más añejo de del orbe, ad portas de un congresito igual a un golpe de estado al gran colectivo de Cámara y Senado cuyos integrantes serán birlados y quedarán con la misma fuerza de un purgado. Obvio, sin desconocer que los actuales padres de la patria tienen colegas colados permeados de la maleza de non santas aptitudes y patrocinadores. Atrás quedarán los compatriotas apabullados por el terrorismo, se puede intuir fácilmente que las toneladas de cocaína traficadas saldrán de la lente criolla como también las cuentas bancarias, en paraísos fiscales, de los magnates que ayer, y hoy toman mojito, inclusive, amarillo de gran calidad y se sientan a manteles como doctos de la verdad cuando todos sabemos que son una gran mentira aún con la bendición de los hermanos Castro, que los cuidaron desde siempre como novias vírgenes.
Tengo dolor de patria, respiro con dificultad el aire contaminado de maldad que rige a mi país, estoy atragantado porque no asimilo las letras que nos castigan como tampoco un diálogo en idioma desconocido con características de hipoteca diabólica. Las garantías que ganaron los de un grupo que pulverizó la alegría de los colombianos debieran trasladarse a la seguridad, educación, salud, al agro, principios y valores que tienen gran desconocimiento gubernamental. Colombia es más que un himno, un escudo o una bandera. Colombia es un país rico, hermoso, privilegiado, donde abundan más los buenos que los malos y los primeros se juzgan como los segundos y estos a su vez son tratados como buenos. He dicho.