Panorámica desde el Séptimo Piso
Por: Andrés Becerra L.
Cuando uno revisa la motivación de cada actuación propia, y la que da origen a esa motivación inmediata, y luego la que está detrás, es decir, cuando retrocede en la cadena de causas de las causas, se encuentra casi siempre con dos motivaciones básicas, fundamentales: AMOR o TEMOR.
A partir de ahí aparecen consideraciones variadas a las que ponemos otros nombres más aceptables, pero solo están enmascarando o elaborando un poco más las razones fundamentales. Por ejemplo, ¿por qué la Policía cierra en las noches la calle frente a su comando? “Por seguridad”, dicen ellos, pero ¿qué hay detrás de esa búsqueda de seguridad, AMOR o TEMOR? Por supuesto que temor, miedo a sufrir un atentado (porque se sienten con más enemigos que el ciudadano promedio).
Y ahora que menciono este ejemplo de la Policía, también acá hay un indicador de cambio en el clima de confianza que vive el país, porque en mi pueblo dejaron de cerrar esa calle desde este año, seguramente porque ya las FARC no estaban haciendo ataques desde su declaración unilateral de cese al fuego. Claro que, a pesar de eso, en mi pueblo ganó el NO, porque no se sanan en unos pocos meses los corazones que albergan odio desde hace tantos años, odio alimentado a diario por los medios de incomunicación que sirven a un régimen de división y confrontación de todos contra todos.
Revisando distintas situaciones para intentar determinar cuál de esas dos motivaciones fundamentales predomina, me queda la impresión de que es más el TEMOR que el AMOR, aunque me aferro a la ilusión de que la diferencia sea pequeña.
Para no ir demasiado lejos en nuestra historia, comienzo hacia mediados del siglo pasado, cuando por TEMOR a que creciera su poder y llegara a la Presidencia asesinaron a Gaitán; por TEMOR a ser asesinados surgieron las autodefensas campesinas que después terminaron llamándose FARC; por TEMOR a perder los beneficios del poder (y a las consecuencias que se podrían derivar de la ruptura del Frente Nacional) se negociaron las elecciones de 1970 y se dio como ganador a Misael Pastrana; por TEMOR a las FARC ganó Andrés Pastrana en 1998 (porque parecía posible que lograra un acuerdo de paz con ellas); por TEMOR a las FARC se desarrollaron vertiginosamente las AUC, con el apoyo soterrado de grandes sectores de las clases más pudientes y desde varios ámbitos de poder; por TEMOR a las FARC ganó Uribe sus dos periodos (resentidos porque no se había logrado el acuerdo con Pastrana, se votó por quien prometió EXTERMINARLAS MILITARMENTE); por el mismo TEMOR se eligió a su sucesor y hoy se lo llama traidor (porque no siguió con el designio guerrerista y prefirió volver a intentar el diálogo en el que habían fracasado los dos anteriores), y por TEMOR a que se perdiera lo ya ganado en las negociaciones y se regresara a la guerra frontal se reeligió a Juan Manuel Santos, es decir, se votó mayoritariamente en contra de otra Presidencia de Uribe en cuerpo ajeno; por TEMOR a múltiples espantapájaros falaces que levantaron los promotores del NO (cuyas verdaderas motivaciones no han confesado pero muchos ya han identificado, como el TEMOR a tener que devolver millones de hectáreas de tierra robada o tener que enfrentar la ley por sus actuaciones perversas al lado de las AUC), por ese TEMOR ganó el NO…
En la vida cotidiana también nos invade el TEMOR. Cuando hemos de tomar un taxi tenemos TEMOR de que el taxista nos atraque, sea con la tarifa o con un arma, y él también siente TEMOR de que el atracado sea él; cuando alguien nos propone un negocio, lo primero que se nos dispara es el TEMOR a salir perdiendo (en general, sentimos TEMOR en casi cada ocasión que involucre dinero, porque no queremos perder “lo que más amamos en el mundo”); si alguien nos corteja amorosamente, al lado del posible interés aparece el TEMOR de terminar sufriendo por desamor; en fin, busque cada quien las múltiples ocasiones en que, a diario, sentimos TEMOR.
Por supuesto que podemos argumentar experiencias que justifican esos temores, y cada vez que así lo hacemos nos reforzamos en nuestro “derecho” a sentirlo. Lo concreto es que, al final, nos mueve el TEMOR durante más tiempo y ocasiones, y con más intensidad, que el AMOR.
Interpretando este TEMOR arraigado en la gente, TEMOR que ellos mismos alimentan a diario como herramienta eficaz de manejo de la borregada, los políticos enfocan sus campañas en factores de miedo para manipular las emociones del pueblo y conducirlo a que vote de uno o de otro modo. Esa estrategia le rindió frutos a los promotores del NO (según confesión de su gerente de campaña) y le estalló en la cara al Presidente cuando dijo que si ganaba el NO habría atentados guerrilleros en las ciudades, pero ambos la usaron.
Ese manejo del TEMOR ha dado frutos nuevamente en la elección de Presidente en la potencia del Norte, TEMOR que se simbolizó con algo tan concreto como un muro entre dos países, un muro que separa del OTRO, que aísla y encierra más al que lo construye y le da la sensación de seguridad (similar a las rejas que ponemos en nuestros jardines para encerrarnos y dejarles libres las calles a los delincuentes). Curiosamente, vuelve a ganar un muro 27 años después de que se derribó otro muro que fue llamado “de la vergüenza”, pero esta vez la propuesta viene de quienes condenaban el otro; ¿cómo llamarán éste?
Así que las campañas electorales se han reducido al manejo de temores en la gente, exacerbando unos y tratando de conjurar otros (como cuando Juan Manuel Santos ofreció firmar sobre mármol que no pondría más impuestos, y hoy quiere ponerle IVA hasta a la panela), pero ya no se hace el ejercicio de discutir racionalmente el manejo del país, su economía, sus prioridades de desarrollo, su futuro posible.
Para que este manejo de cosas sea posible es necesario mantener a la gente lo más ignorante posible, que no sea capaz de unir dos datos porque eso ya podría descubrir una tendencia, que no sea capaz de argumentar enlazando dos temas porque habría el riesgo de generar una propuesta coherente de cambio. Así como se le paga un salario MÍNIMO, es decir, apenas de supervivencia, se le debe proporcionar una educación MÍNIMA, es decir, apenas de capacitación para el trabajo esclavo que se le paga con el salario MÍNIMO. Y todo esto también se hace así por TEMOR a que un pueblo bien educado resulte desmontando el régimen de privilegios que durante siglos han aprovechado unas cuantas familias en cada país.
¿Y el AMOR? ¿No queda campo para el AMOR en este escenario tan lúgubre que estoy pintando?
Pues el AMOR siempre está ahí, siempre ha permanecido actuando con bajo perfil, y es el que corrige las desgracias que genera el TEMOR, como cuando la gente comparte con alguien más necesitado el medio pan que ha conseguido, o perdona a quienes asesinaron a sus seres queridos, o se une con otros para superar cualquier situación difícil a que se ve sometida. El AMOR pervive en el corazón de las personas y en cada sitio donde uno va encuentra historias de amor, gente que hace por otros sin esperar algo a cambio, por el mero gusto de SERVIR, de DAR; da su tiempo, da sus manos, da su voz de aliento, su compañía, su cariño, y sus pocas pertenencias.
En cada uno de nosotros existe el potencial de DAR, hay RIQUEZA HUMANA para compartir, hay AMOR. Y es decisión de cada uno el vivir guiándose por el TEMOR o por el AMOR. Todos sentimos miedos, TEMOR, pero podemos decidir. Y aunque hay ocasiones en que flaqueo, yo he decidido ACTUAR DESDE EL AMOR, INCLUSO CUANDO SIENTO TEMOR.
Esta decisión de cada uno también es una manera eficaz para cambiar el mundo.