Panorámica desde el Séptimo Piso

Andrés Becerra L.
Andrés Becerra L.

Por: Andrés Becerra L.

Hace algunos meses tuve una buena discusión (discutir es “buscar juntos la verdad”) con un amigo que milita en un partido de izquierda desde hace varias décadas, y le hice una pregunta que a mí me resulta obvia: ¿Por qué no se ponen de acuerdo todas las personas que creen firmemente que es mejor el Comunismo que el Capitalismo y organizan una población nueva donde, al interior, funcionen comunistamente, aunque en sus relaciones con el exterior tengan que regirse por el modo capitalista?

Cansada como está la gente de tantas promesas de mejor futuro (que se desvanecen tan pronto pasa la campaña electoral), escéptica y desesperanzada por tantos engaños y abusos, aterrorizada por los grandes medios que la han convencido de que es mejor morir de desnutrición en Colombia que vivir sin Internet en Cuba, la única manera que yo veo de que el mensaje del Socialismo o del Comunismo logre hacerse oír es demostrando, en la práctica, con experiencia real, que se vive mejor así que como estamos ahora.

Conversando con aquel amigo encontré algunas cosas interesantes. Según él, no habría más de 2.000 personas en Colombia que sean realmente comunistas, de corazón, dispuestas a soltar la vida individualista del Capitalismo para poner en común con otras sus posesiones (fuera de las estrictamente personales, claro está) y vivir comunistamente.

Me pregunto cuántas se podrían encontrar entre los cristianos, cuántas estarían dispuestas a amar al prójimo “como a sí mismos” hasta el punto de comprometer su comodidad y poner en común todo lo que tienen para repartirlo entre todos según las necesidades de cada uno, lo cual es comunismo puro (y es como vivieron los primeros cristianos, según relata el libro Hechos de los Apóstoles). ¿Habrá otras 2.000? Quizá deberían ser más, dado que son muchísimos más los que se autodenominan cristianos que los que se declaran de izquierda, y además reciben la gracia del amor de Dios.

Lo que me llama la atención, y es la razón de este texto, es que la inmensa mayoría de personas, del grupo que sea, afirma pensar y creer de un modo propio e independiente (aunque, por fuerza, coincidente con muchos otros) pero en su actuar es dependiente de lo que hagan los demás.

Nuestra cultura está más cerca de lo absoluto que de lo relativo, de la exclusión que de la inclusión, del hablar que del actuar, del individualismo que del colectivismo, de lo lineal que de lo cíclico, de lo atomizado que de lo integrado. Por eso cada cosa la llevamos a extremos que resultan imposibles de alcanzar, y sacamos pecho diciendo que “nada menos puede ser satisfactorio”. La única actitud válida es TODO O NADA.

En esos extremos caben la rendición TOTAL de la guerrilla para que pague décadas de cárcel o el EXTERMINIO del enemigo, la ausencia absoluta de delitos (que NADIE robe o mate), la fidelidad sexual ABSOLUTA de las parejas, la ausencia PERMANENTE de peleas en el hogar, no tener motivos para llorar NUNCA, disfrutar alegremente SIEMPRE, que la selección de fútbol NUNCA pierda, tener dinero suficiente para TODO, el pánico al ERROR, etc.

Por eso, cuando se habla de hacer cambios para mejorar el mundo, lo que automáticamente piensa la mayoría es que TODOS tendrían que actuar del mismo modo, y como se presupone que los demás no van a cumplir, “pues yo tampoco”. Con eso se justifica cada uno para no hacer el cambio propuesto. “¿Para dónde va Vicente? Para donde va la gente”.

Así que si usted ha leído hasta aquí, merece mi sincera felicitación, porque lo mueve algo más que el escepticismo, aunque sea la mera curiosidad que le despertó el título. Otros lo descartaron de inmediato porque “no puede ser verdad que TODA LA GENTE cambie en 21 días”.

Pero justamente ahí está la trampa de la mente y de nuestra cultura absolutista y extremista. Ahí aparece nuevamente la equivocada expectativa de que tienen que ser TODOS Y HOY MISMO.

La verdad es que todos cambiamos el mundo cada día, con cada decisión que tomamos, con cada acción que ejecutamos. No quiero alargarme con ejemplos, pero usted puede hacer el ejercicio de las subsiguientes consecuencias de cualquier acción suya (si compra un par de zapatos habrá pan en la mesa del zapatero, si se vuelve vegetariano dejarán de morir algunas reses, pollos, cerdos y pescados, etc.). Es como un tablero de ajedrez global que CAMBIA con cualquier movimiento de una pieza.

Así que lo único que necesita el mundo para cambiar hacia el modo que usted quiere es que USTED HAGA ESE CAMBIO en su propia vida y en su propio entorno.

Si quiere que no haya tanta violencia, quite la parte de violencia que ha estado aportando; por reacción natural su entorno será más amable y los demás también estarán menos agresivos.

Pero no espere que el cambio sea TOTAL al día siguiente. Recuerde que los hábitos de décadas están muy arraigados y son difíciles de cambiar. No solo los demás presentarán resistencia al cambio, sino que usted mismo podrá recaer en la conducta que procura eliminar. Pero es necesario persistir en la decisión, no perder el ánimo por un tropiezo.

Dicen los estudiosos del tema que se requieren, al menos, 21 días de práctica continua para sembrar un nuevo hábito; de ahí el título de este texto.

Si decide cambiar el mundo a partir de hoy, escoja su meta y comience hoy mismo, DESDE AHORA. Puede usar un indicador fácil de logro, como una manilla que se cambie de muñeca cada vez que recaiga en la conducta que está erradicando. Cada vez que la cambie de muñeca, comience a contar días nuevamente desde uno; cuando haya logrado tenerla en la misma muñeca durante 21 días o más, podrá tener una “relativa” certeza de que ha mejorado el mundo en ese aspecto.

Por supuesto, no se debe dejar de vigilar el logro alcanzado, para que la dinámica del mundo no lo retorne al estado anterior. Cumplida su meta, se puede poner otra, ojalá complementaria.

Hay un gran grupo de personas en el mundo aplicando esta táctica de usar la manilla como indicador, y dicen que cambiar cada hábito, es decir, lograr los 21 días continuos sin recaer, en promedio lleva 6 meses.

Para darle ánimos, le cuento que ya lo he hecho. Mi meta fue dejar de quejarme y, a pesar de algunas recaídas, logré cumplir los 21 días continuos. Hoy ACEPTO un poco más fácilmente las cosas, mi tendencia a enojarme disminuyó su frecuencia y mis días son más plácidos. Y cuando no acepto algo, lo hago sin quejarme “porque el mundo es así y no como yo quiero”.

En cualquier caso, la primera mejora que habrá hecho al mundo es que habrá un creyente menos de que las cosas TIENEN QUE SER TODO O NADA, es decir, UN EXTREMISTA MENOS.