Es una pena observar cómo mentes privilegiadas de este país han caído en la ceguera conceptual y el apasionamiento sin límites. Se han dedicado a despotricar, dañar, incendiar sin consideración.
Por: Antonio de Roux
Como pintan las cosas, el siete de agosto de 2018 se instalará el nuevo gobierno en medio de un país dividido hasta los tuétanos. Habrá dado sus frutos el juego siniestro adelantando por buena parte de los voceros y “opinantes”, que no opinadores, de extrema derecha y de extrema izquierda. La polarización tendrá comprometida toda posible gobernabilidad.
Dos grandes contendores situados en antípodas ideológicas se habrán confrontado electoralmente dejando un país partido por la mitad, incapaz de entender el obscuro destino que se le avecina. Una de aquellas coaliciones será la triunfadora, la dueña absoluta. Si es la de derecha entrabará o aplastará el proceso de paz. Si es de izquierda podría llegar a darle rienda suelta a las exigencias delirantes de las Farc. Las opciones de centro, aquellas que más se adecúan al espíritu y tradiciones de la población, quizá hayan quedado en el camino víctimas de la persecución sistemática, de la posverdad y de los “opinantes” embusteros.
En uno u otro caso habremos eliminado la política de las armas para entronizar la política de las mentiras. Aquella que no conoce límites ni admite contrapesos, la que excluye y odia porque si. Estaremos en camino de convertirnos en república fracasada y sin democracia, entregada al populismo y el resentimiento
De esa polarización no se salvarán ni si siquiera los militares activos. Los más profesionales y leales que haya conocido este continente. Y es que los oportunistas también quieren utilizarlos, meterlos en el lodazal de la politiquería.
A estas alturas debo hacer una precisión. Me refiero a “opinantes” entre comillas para dejar claro que se trata de personas del periodismo, la política o las redes sociales quienes se expresan en público movidos por los prejuicios, las pasiones deleznables o los intereses mezquinos. Aquellos que no miden el poder dañino de sus palabras. Aquellos que ignoran la verdad y la historia o las acomodan a capricho. Aquellos que van por allí vertiendo conceptos en nombre del interés general sin advertir al lector sobre el fondo obscuro, si no podrido, que contienen sus manifestaciones.
Es una pena observar cómo algunas de las mentes privilegiadas de este país han caído en la ceguera conceptual y el apasionamiento sin límites. Se trata de individuos cultos e inteligentes cuyo origen y formación deberían ser sinónimo de profundos valores ciudadanos. Sin embargo, se han dedicado a despotricar y dañar; a incendiar sin consideración; a comprometer las vidas y destinos de quienes no piensan como ellos; a instilar odio entre la gente desprevenida.
El asunto poco importa a estos personajes. A sus cómodas poltronas del Chicó, o La Cabrera no llegará el lamento de los colombianos que puedan padecer o morir por culpa de sus incitaciones. El día en que el país acabe de joderse ellos trasladarán sus reales a un pent house de Key Biscayne o a un espacioso piso madrileño.
Qué pena ver a una persona de la estatura intelectual de Fernando Londoño descendiendo al barro de los calificativos ligeros, para tratar de mamerto y “Sancho de la guerrilla” a Humberto de la Calle; de rufián de esquina a Juan Manuel Santos y de peligroso, alcahueta, amigo de asesinos y protector de las Farc a Oscar Naranjo. Digo lo anterior aún sabiendo que Santos no ha sido personaje de mi devoción y que discrepo de la forma como se implementaron algunas de las reformas surgidas del Acuerdo Final.
Qué espanto escuchar las expresiones de María Fernanda Cabal cuando borra apartes de la historia para afirmar que el episodio de las bananeras no existió, o que no confía en la ONU “porque ahí están países comunistas como China o la Unión Soviética”. Qué susto oírla salir con frases que golpean la conciencia general como esa de que “Si uno pone a trabajar a los negros se agarran de las greñas”, o como aquella otra, ajena a toda verdad, según la cual “El ejército es una fuerza letal de combate que entra a matar…”
Que tristeza presenciar la manera como ahora se arrastra la pluma privilegiada de Antonio Caballero. No se ha dado cuenta que sus dardos han terminado por engrandecer a quienes el declara objetivo. Es el caso de su escrito contra Uribe y el Centro Democrático aparecido hace algunos días. Doce veces los tilda de perros o canes, agregando calificativos como lenguaraces, lambones, matones, lame pies, patea culos, abyectos, serviles, zalameros. Todo en un contexto machista y misógino que descalifica sin consideración a Martha Lucía Ramírez, María del Rosario Guerra, Paloma Valencia y Claudia Castellanos. Y concluye dándole un empellón a Vargas Lleras a quien gradúa como “el traidor más reciente”.
Por favor, señora Cabal, señores Londoño y Caballero: el momento que vivimos es demasiado trascendente, al final cualquiera sea nuestra ideología todos tendremos que convivir en esta casa grande que es Colombia. Ustedes actúan como caimanes del mismo charco, paridos en las miasmas del odio y el resentimiento, pero deben comprender que ese no es el hábitat ni el talante de la inmensa mayoría de los colombianos. En realidad las esperanzas de esta nación están puesta en una reconciliación auténtica. Si no se sienten capaces de aceptar el reto, al menos respeten a quienes desean hacerlo. Es que como dijo Sergio Fajardo: “La trampa de la polarización es atractiva en política y fatal para Colombia”