Panorámica desde el Séptimo Piso
Por: Andrés Becerra L.
No es el fulgor de sus ojos,
ni lo suave de su tez…
la engalana y hace hermosa
la virtud de su honradez.
La fría madrugada en Tunja obliga a caminar rápido para ganar algo de calor. Las calles todavía oscuras conducen hacia el terminal de transportes, donde algunos buses esperan a los presurosos pasajeros.
Instalado ya dentro de un cómodo y moderno bus de 40 pasajeros, espero soñoliento que complete su cupo para partir hacia Bogotá. Finalmente, a las 5:30 inicia nuestro viaje a cumplir la cita en Cota con Jaider y Daniel, músicos cultores de los ritmos tradicionales de la región cundiboyacantandereana.
Me bajo en la entrada para Chía y tomo otro bus hasta su terminal, y allí tomo un tercero que me lleva hasta Cota. Ha sido tan fluido el viaje que llego con anticipación suficiente para disfrutar de una relajante caminata matinal por sus calles tranquilas, pero en ese momento aparece la tragedia: ¡HE PERDIDO MI BILLETERA, CON DINERO Y DOCUMENTOS!
Busco en mi bolsillo el tiquete y marco al teléfono que allí aparece. Me contestan y cuento mi percance. Logro que me den el número del conductor, quien me atiende cordialmente y se pone en la tarea de buscar y preguntar la billetera. Me pide que lo llame algunos minutos después porque ya está entrando al terminal de Bogotá.
Cuando volvemos a conversar, el conductor me informa que no apareció la billetera, que los vecinos de mi puesto no vieron caer algo, en fin, que no se puede hacer más por ese lado.
Con la aceptación que se va adquiriendo al hacerse anciano, pienso que hay una última oportunidad cuando pase por el terminal de Bogotá para terminar mi viaje, luego de atender mi cita en Cota: es posible que alguien la haya encontrado y no devuelto, para luego de quedarse con el dinero arrojarla en algún pasillo, de donde puede ir a parar a la central de objetos perdidos.
Lo que más lo acongoja a uno en estos casos es la perspectiva de comenzar el calvario burocrático para volver a conseguir los documentos de identidad, pero no puedo hacer más por ahora, así que dejo de lado ese asunto y me enfoco en atender a los amigos músicos que llegan unos minutos después.
Al calor de unos cafés vamos conversando sobre lo que hacemos actualmente por el folclor de nuestra región y lo que planeamos para el inmediato futuro, y entramos a considerar posibilidades para integrar esfuerzos alrededor del fortalecimiento de la copla popular en la región que nos ocupa, tres departamentos que coinciden en varias expresiones culturales, con algunas diferencias de aspecto en otras.
Hacia las 11:30 de la mañana entra una llamada de mi cooperativa, y Catherine me pregunta si yo perdí documentos. ¡¿QUÉ…, APARECIERON?!
Pues sí. Una dama ha encontrado la billetera y, en ella, mi carné de la cooperativa, y ha llamado para informar. Así que la llamo al número que dejó y nos ponemos de acuerdo para ir a recogerla.
Regreso casi hasta Chía, a la empresa donde labora, y pregunto por ella. Sale Diana y me dice: “Tome, está tal cual usted la tenía”. Y efectivamente, allí están todas mis pertenencias, incluido el dinero. La encontró en el segundo bus que abordé esa mañana.
Ante su noble gesto, engrandecido con la elegancia de no pedir por anticipado una recompensa, no puedo menos que proceder a hacerle algunos obsequios, a tono con el espíritu de la Navidad que este año ha llegado adelantada para mí: el día 22. Le ofrezco algún dinero (oro), la copla que le compongo por la ocasión y que aparece al comienzo de esta columna (incienso) y unas galletas de chocolate de mi tradicional mecato (¿vale como mirra el cacao?), y nos despedimos con mutuos agradecimientos.
Y me marcho pensando en lo que aporta para todos esta experiencia. Para ella, la agradable reafirmación de unos principios éticos inculcados por sus mayores, la satisfacción de haber sido útil a otra persona al evitarle la tortura de conseguir documentos, la profunda convicción de que no necesita quitarle a otro lo suyo porque ella es capaz de conseguir con su trabajo lo que necesita, convicción que aporta la potencia de dar.
Para mí, la liberación de la pena burocrática que me esperaba; la agradable sensación de haber mirado otra vez a los ojos de un ángel, como tantos que en mi vida han aparecido cada vez que he necesitado de apoyo para superar mis debilidades; la renacida confianza en la Humanidad, al comprobar que no todo está perdido porque aún quedan focos de bondad y corrección en muchas personas.
Para las vidas de los compañeros de trabajo de Diana puede haber sido un aporte precioso presenciar su coraje, su determinación para hacer lo correcto, a pesar de que alguien pudiera haberle susurrado al oído un modo menos íntegro de actuación. Ojalá esto sirva para aumentar la ética en la vida de todos ellos, y la admiración y el respeto hacia ella.
Y para todos ustedes, que leen estas líneas, ojalá sirva para fortalecer su decisión de actuar siempre como Diana, con apego a sus principios éticos, a pesar de las tentaciones que a diario aparecen en nuestro atribulado país.
Espero que todos disfruten de una muy grata Navidad, como ésta que para mí llegó adelantada, el día 22, de la mano de un ángel porque el niño no había nacido y los reyes no habían empezado su viaje. Pero el Amor siempre es el mismo.
Namasté.