Una comunidad campesina de la vereda San Pablo tiene conectividad gracias a estudiantes de la Universidad de Cundinamarca que les ayudaron a consolidar su red comunitaria.
Por: Valeria Cortés Bernal – El Espectador
Una de las cosas que más agradece Constanza Mora de tener internet en su vereda es que los jóvenes regresaron al campo. La mujer, de 52 años, ha vivido durante los últimos cinco con su esposo y su hijo en San Pablo, en el municipio de Pasca (Cundinamarca), en donde tiene un proyecto de gallinas ponedoras y cultivos orgánicos.
La mayoría de la población de esta vereda, de unos 300 habitantes, se dedica a la agricultura y la ganadería. Muchos son adultos mayores cuyos hijos y nietos partieron hacia las cabeceras municipales. Sin embargo, desde que algunas familias de la zona se unieron para montar una red comunitaria, Constanza ha comenzado a percibir más movimiento.
“El buen hijo vuelve a casa”, asegura. “La comunicación creó un buen ambiente para que los jóvenes tengan nuevas expectativas aquí. Incluso hay gente que viene de la ciudad para quedarse. Ahí es donde uno se da cuenta de que esta red nos ha fortalecido en todos los campos”.
San Pablo se encuentra en un área montañosa atravesada por el río Cuja y para llegar hay que recorrer una trocha empinada que se inunda en época de lluvias. Por donde quiera que se mire, el verdor de los cultivos de papa, cebolla, tomate de árbol y moras silvestres rebasa los caminos y oculta las fincas.
Cuando Constanza se instaló en la vereda, el lugar estaba prácticamente desconectado. La única forma en que se comunicaban los vecinos era por medio de celulares “flecha”, que no siempre tenían señal, o enviando razones con otras personas, que a veces iban en burro o a pie. “Era con señales de humo y a grito de montaña a montaña”, agrega la campesina.
Para los niños tampoco era fácil estudiar por la falta de acceso a internet. “Ellos tenían que desplazarse hasta muy lejos para obtener una tarea o un trabajo de investigación. Eso representaba tiempo para sus padres y dinero, que la gente en el campo no lo tiene mucho”, cuenta Gustavo Paredes, otro habitante de la vereda. En ese entonces el número de matriculados en la Escuela Rural San Pablo se estaba reduciendo, al punto en que solo había diez niños inscritos.
Los problemas de la comunidad persistieron hasta que Gustavo conoció, en 2018, un proyecto de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Cundinamarca, en Fusagasugá, a unos once kilómetros de Pasca. Se trata de un semillero de investigación denominado Red Fusa Libre, que busca empoderar a los territorios rurales mediante soluciones tecnológicas.
Este líder comunitario se interesó en un taller sobre cómo realizar llamadas a través de una red wifi. Pronto, él y otros vecinos invitaron a los estudiantes y profesores a San Pablo para que conocieran de primera mano sus problemas de conectividad. Fue en esos encuentros que empezaron a escuchar sobre las redes comunitarias.
“Es una red hecha a muchas manos, que es de todos y cuyo propósito es permitir una comunicación libre y abierta”, explica Wilson Gordillo, uno de los profesores del semillero, quien lleva ocho años trabajando con este tipo de iniciativas.
La esencia de estas redes es que son creadas, aprovechadas y autogestionadas por la comunidad, pero no necesariamente tienen internet. Algunas albergan contenidos de software libre o creados por la comunidad a los que pueden acceder de manera inalámbrica con un teléfono inteligente, computador o tableta.
En eso consistió el proyecto piloto que montaron los estudiantes con la población en 2018: una zona wifi para la escuela rural de la vereda. Los niños podían conectarse con los celulares de sus padres y acceder a una enciclopedia virtual y a otros contenidos educativos con solo acercarse al edificio. Esto se logró por medio de un computador de la escuela que se acondicionó como servidor. La señal inalámbrica se emitía por medio de un router.
“Cuando los niños escuchaban un audiocuento se sentían como si estuvieran en una película”, cuenta Paola Camacho, profesora de la escuela, quien vive en Fusagasugá. “Me daba risa porque uno cree que todos los niños tienen acceso a audiocuentos o a internet, pero es mentira”.
Paola lleva quince años trabajando como docente y cuatro en su escuela unitaria, a la que asisten niñas y niños de cinco a doce años. Además de implementar la tecnología en sus clases, la profesora solía dejar horarios anotados afuera de la institución para que todos supieran a qué hora estaría encendida la red. Los niños se acercaban para consultar Wikipedia en las tardes y la zona wifi terminó por beneficiar a los estudiantes de otros colegios de Pasca.
“Gracias a que se amplió la biblioteca virtual, tenían mayores posibilidades de tener un contacto con la tecnología. Y hoy puedo decir que la matrícula se duplicó: tenemos veinte niños y posibilidades que ninguna otra escuela (de la zona) tiene”, agrega la maestra.
El funcionamiento de la zona wifi en la institución les demostró a los habitantes de San Pablo que podrían tener conectividad con relativamente pocos equipos. Fue así que unas veinte personas de la vereda se unieron para hacer un listado de prioridades con el semillero de estudiantes y se capacitaron con ellos para establecer una red más amplia. “Veíamos la necesidad de que se acortaran muchas dificultades para el campesino, entonces dijimos: ‘Fabuloso este proyecto, lo apoyamos, ¿qué hay que hacer?’”, recuerda Constanza.
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Por ese entonces, en 2019, los estudiantes habían postulado la propuesta de implementar una red comunitaria en San Pablo en una convocatoria de Internet Society, una organización sin ánimo de lucro que apoya iniciativas relacionadas con la democratización de internet.
El tema era “conectando a los desconectados” y, para sorpresa de la comunidad, su proyecto fue seleccionado para representar al país en una competencia internacional. En palabras del profesor Wilson, “se les apareció la Virgen”, pues consiguieron un apoyo de $6 millones para financiar los primeros equipos de la red comunitaria.
Varias familias, entre ellas las de Constanza y Gustavo, se ofrecieron a tener antenas en sus casas. Cada nodo tiene una zona wifi que permite conectarse a la red en un área aproximada de 300 metros a la redonda. La comunidad fabricó las bases de estos equipos con palos de guadua y nombró a su red San Pablo Libre. Sin embargo, a diferencia del proyecto piloto (el de la escuela), esta red no solo alberga contenidos comunitarios, sino que también tiene servicio de internet gratuito.
Esto se debe a que los siete nodos que están repartidos por la vereda reciben la señal de un nodo central ubicado en uno de los cerros. Este, a su vez, recibe internet de la Universidad de Cundinamarca, en Fusagasugá, que decidió compartir parte de su conectividad con la comunidad sin costo alguno.
“Es muy satisfactorio ver cuando a una persona le empiezan a llegar sus mensajes en WhatsApp y no tiene que preocuparse por la recarga”, dice Marco Rodríguez, egresado de la institución y uno de los jóvenes que acompañó la creación de San Pablo Libre. “El campo siempre nos da a nosotros de comer y lo mínimo que podemos hacer por ellos es darles ayuda para que tengan la oportunidad de conectarse”, agrega.
“No nos vamos a morir de hambre”
Aunque no hay estudiantes en la Universidad de Cundinamarca a raíz de la pandemia, la institución sigue suministrando internet a esta vereda y a la de Bosachoque, que también tiene una red comunitaria, llegando a compartir hasta 150 megas durante la coyuntura. Pero no todo es perfecto, pues como el semillero no es un prestador de servicios como tal, los maestros y estudiantes no siempre pueden actuar cuando se cae la señal en la zona, y a veces pueden permanecer desconectados durante horas o días.
En octubre de 2020, la comunidad decidió mejorar la infraestructura que soporta el punto principal. En un principio, esta consistía en un bidón de plástico amarrado al tronco de un árbol, que hacía de caja de comunicaciones. Constanza recuerda que la gente tuvo que hacer una rifa para poder financiar una pequeña torre metálica de comunicaciones.
“El equipo que teníamos montado en un palo no era adecuado y con la lluvia y el viento se nos estaba deteriorando muchísimo. Decidimos gestionar una rifa porque, con la pandemia, al menos nos quedaba comunicarnos por este medio”, asegura.
Los veinte vecinos apoyaron la iniciativa, compraron materiales, soldaron y pintaron la base de la antena, que ha ayudado a mantener la estabilidad de la red hasta el momento. Está ubicada en la cima del cerro, junto a otra estructura mayor que es de un operador privado. “Aquí está una empresa con ánimo lucrativo, mientras que nuestra antena es sin ánimo de lucro, y se hizo con la motivación y la participación de la gente, uniendo voluntades. Esa es la gran diferencia”, dice Constanza.
Durante la pandemia, el servicio de internet en San Pablo ha facilitado que varias actividades de la vereda continúen. Constanza cuenta que como no podían comercializar sus productos en la plaza, empezaron a venderlos o canjearlos entre los vecinos vía WhatsApp. “Dijimos: ‘No nos vamos a quedar quietos ni nos vamos a morir de hambre’. Se hizo una red con los habitantes en donde se ofrecían productos y no se perdió ninguna cosecha. Ya después, cuando se podía salir, por WhatsApp ya estaba la publicidad para las ventas del producto. No nos dejamos ahogar. Con esta red nadie se silencia, nadie se calla”, asegura.
Los pocos estudiantes universitarios que viven en San Pablo han podido recibir clases virtuales desde la vereda, mientras que la profesora Paola tuvo que implementarlas por primera vez. Como muchos otros docentes rurales, Paola envía guías de trabajo a los niños por la plataforma WhatsApp y, cuando el clima lo permite, recorre la vereda en moto para entregarlas personalmente.
A las 8 a.m. se conecta con los más pequeños desde los celulares de los padres y a lo largo de la mañana les dicta a todos los demás. Algunos reciben sus clases al aire libre y tienen interrupciones de los animales o del sonido de los vehículos. Si llueve, la señal también puede fallar, por lo que algunas familias han optado por reunir a tres o cuatro alumnos en una misma casa para que reciban clases desde allí.
“Me he dado cuenta de que estamos cortos, de que no tenemos todas las herramientas, pero uno puede hacer algo para que ellos se motiven a tener una carrera universitaria”, dice la docente.
El futuro de la red
A diferencia de otras redes comunitarias, San Pablo Libre tiene internet gratuito gracias a una institución que ha cedido parte de su señal. Sin embargo, la mayoría de las veredas permanecen desconectadas hasta que llega un operador grande o local a ofrecer un servicio que no todos pueden costear. Es por esto que el profesor Wilson confía en que este modelo pueda ser replicado en otras regiones del país.
“Mi sueño es que este modelo lo tomen todas las alcaldías de provincia para que por lo menos el primer círculo (conectado) sean las veredas que tienen línea de vista directa con la cabecera municipal. Estos proyectos los hicimos realidad porque desde la universidad tenemos línea de vista con esos dos cerros. Hay veredas que hoy no se ven”, puntualiza.
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Los habitantes de San Pablo vienen trabajando en varios proyectos relacionados con la red, como la implementación de más nodos, la creación de un café internet gratuito para los jóvenes de la vereda y el fortalecimiento de su contenido propio, relacionado con agroecología.
“Tenemos torres de comunicaciones hechas de una manera quizá muy artesanal, pero todo esto es hecho por la gente”, dice el docente. “Estamos convencidos de que si escuchan este tipo de iniciativas, se pueden replicar fácilmente en muchos territorios. Y les aseguro que podemos cambiar la historia rural de todo el país”.