Panorámica desde el Séptimo Piso

Por: Andrés Becerra L.

Andrés Becerra L.
Andrés Becerra L.

A ratos nos agobia la desesperanza, el sinsentido, la abulia.

Uno mira alrededor y no le encuentra ni pies ni cabeza a este caos reinante. ¿Para dónde va todo? ¿Para qué se esfuerza uno, si un intento tras otro han ido quedando exánimes a la orilla del camino?

Nos han estafado.

Nos vendieron un cuento que, apenas ahora, venimos a descubrir que es falso.

Nuestros padres, cómplices por perversión o por ignorancia, nos dieron una versión del mundo y un paquete de principios que debíamos seguir para alcanzar éxito en la jornada vital que tendríamos que asumir solos algún día, “cuando fuéramos grandes”.

Los profesores nos recalcaron esas mismas cosas, y nos daban buenas notas cuando dábamos muestras de irnos acomodando al libreto establecido, cuando éramos “buenos y obedientes”.

Quizá fuimos a la universidad y allí nos terminaron de confirmar que el éxito profesional y la felicidad personal estaban a la vuelta de una esquina formada por dos calles: “Trabajo Esforzado” y “Ambición sin Límites”.

Y nos hicimos “grandes”, y descubrimos que las cosas no eran como nos dijeron.

Ni la policía está para defender al ciudadano (salvo contadas excepciones), ni los políticos conducen el país para alcanzar la prosperidad y el bienestar para todos, ni los sacerdotes (de cualquier iglesia) buscan la salvación de las almas que los siguen, ni la educación es un recurso de movilidad social ni garantiza empleo digno, ni los delincuentes van a la cárcel, ni la educación es liberadora, ni… ni nada… nada vale y nadie importa… esto es una m… mejor no lo digo.

Es ese momento en que uno siente ganas de dejarlo todo y arrancar ahora mismo para no se sabe dónde, pero lejos, muy lejos de todo este m… malestar.

Pero, ¿adónde?

Las noticias que llegan de otros lugares indican que por allá las cosas están igual, o peor. Que la corrupción hace metástasis en el mundo entero, que los países que acogían inmigrantes ahora los están deportando, que los que se fueron quieren regresar, que por allá tampoco han visto a Dios.

Entonces aparece la depresión, comienza la bajada de un tobogán que conduce al abismo.

¿Y entonces? ¿Qué hacer?

Uno no lo sabe. Uno solo tiene una certeza: Sobrevivir.

Y se enconcha, y se encierra, y se queda quieto un momento, o muchos momentos seguidos, hasta que las sensaciones de vacío y de fracaso pasen, hasta que el llanto liberador haya hecho su trabajo de limpieza mental y del alma, hasta que pase la opresiva noche y vuelva a aparecer algún rayo de luz que indique por dónde puede estar la salida del pozo en que nos sentimos atrapados.

Y espera… y espera… y espera otro tiempo más…

En el entretanto, hace algunas cosas que en situaciones similares anteriores le han funcionado un poco… se hace cortar el cabello… sale a dar una vuelta por ahí, sin rumbo definido, mirando todo con ojos de extraterrestre… se compra ese helado que siempre pospuso porque había gastos más urgentes… o se toma unas copas… y sigue esperando…

En algún momento un ángel susurra en nuestro oído, y nos dice que el mundo es así por diseño, que nuestra expectativa está equivocada, que sí nos estafaron pero que ese delito ya prescribió, que no le paremos bolas a eso tan grande y nos enfoquemos en nuestra única y solitaria vida, que es en últimas lo único que tenemos que atender y que nadie más va a atender por nosotros.

Entonces asumimos un nuevo propósito, iniciamos un nuevo proyecto, nos olvidamos de que también éste está condenado a fracasar porque así está diseñado el mundo y nos enfocamos en esa nueva ilusión, e iniciamos una nueva maratón para alcanzar esa nueva meta, y le metemos berraquera, y nos ponemos enérgicos de nuevo, y hasta volvemos a sonreír… mientras dure.

O el ángel se presenta disfrazado de persona que nos dice, de diversas maneras, que le importamos, que nos ama, que nos acompañará mientras nosotros estemos dispuestos, y nos transmite su calor con un abrazo afectuoso, con una palabra suave, con una sonrisa de plácida aceptación de nuestro Ser… y esto nos anima, y sentimos nuevamente que tenemos derecho a existir y a ser felices… y de nuevo queremos hacer algo, y nos levantamos, y sonreímos… y le preguntamos al ángel qué le parece nuestro nuevo corte de cabello, y si quiere un helado… es el Amor… fraterno o erótico, pero Amor… el silente Amor que ha regresado con su energía revitalizante, la energía fundamental que hace marchar el Universo.

Otras veces el ángel se presenta como persona que necesita de nuestra ayuda, que nos recuerda que siempre hay alguien en peor situación que nosotros, que nos da la sensación de privilegiados frente a su precariedad… y nos nace el impulso de apoyarla… y olvidamos nuestra autocompasión… entonces le ofrecemos nuestra compañía, y un helado, y le preguntamos si quiere un corte de cabello… es nuevamente el Amor, pero esta vez surge desde el depósito infinito de nuestro corazón, donde siempre está resguardado… aunque muchas veces lo encerremos por miedo a que se nos gaste, o a que nos lo traten mal.

Y así vamos por la vida, con bajadas y subidas, hasta que una noche se ilumine el Universo entero al comprender El Verdadero Propósito de La Vida.

Namasté.