Por: Juan Niño López

Juan Niño López

Algunos años atrás, acostumbramos reunirnos hombres y mujeres, jóvenes y viejos,  para reflexionar sobre lo cotidiano.  Era un intercambio de opiniones en búsqueda de alguna verdad sobre la que se podía cimentar la conciencia. Poco importaba si era una muy débil verdad o si, apenas, era un supuesto enteramente falso. Teníamos algo de consciencia, queríamos y buscábamos más. Entonces, teníamos guías relevantes en el Arte, la Ciencia, la Tecnología, Política, Economía, Religión, Filosofía y en el Humanismo; estaban en los libros. Un libro era una puerta abierta para dialogar con su autor; teníamos una gran biblioteca propia para conversar un día con Homero o Platón, otro con Séneca o Cicerón, Da Vinci, Vasari, Descartes, Lord Francis Bacon, Dostoievski, Tolstoi, Whitman, Bolívar, Gandhi, Jesucristo, Neruda, Borges y una lista larga de “imaginarios amigos” que nos enriquecen el espíritu.

Una mañana despertamos entre “Games”. El mundo se volvió liviano. Tal vez somos más felices. Quedaron en el olvido los héroes antiguos. Ya Sócrates no corrompe a la juventud. Ni Jesús  promete Vida Eterna. El Espíritu Santo es una Paloma; el Método Científico, una probabilidad mercantil; el Nirvana, algo próximo a la Anorexia; la Libertad es una estatua; la Justicia, un Policía; confundimos el Estado con el Gobierno, la Nación con la República, el sexo con el amor y los viernes culturales son toda una rumba con homicidio incluido. Estamos bien. Estamos mejor que ayer. Es falso que todo tiempo pasado fuera mejor. Perdimos el destino, el rumbo y los timoneles. Entre fútbol, cerveza y fritanga el tiempo se hace corto, menos de 24 horas. Las Hermanitas Calle siguen cantando “La Cuchilla” y “La Rata de Dos Patas” lleva a la máxima altura poética a Paquita la del Barrio; Alvaro Uribe es el Gran Colombiano. Estamos bien, no nos podemos quejar. “Y sea que te resulte claro o no, indudablemente, el universo marcha como debiera”.

Vamos montados en la cresta de un río y nos parecemos mucho a todos los Jinetes del Apocalipsis; aún así, somos uno de los países más felices del mundo y estamos seguros de luchar contra la corrupción, no solamente política sino eclesiástica y educativa, empresarial y comercial. Somos la vanguardia moral de Latinoamérica, a pesar de Pablo Escobar, La Gata, Jorge Pretelt y Luis Bedoya, entre muchos otros ejemplares magníficos de bendición.

“En este pueblo nunca pasa nada”. Aquí todo es perfecto. La Democracia está magistralmente manejada por las élites del poder efectivo. Las Mafias son perfectas. Perfecta es la descomposición. La desesperanza es perfecta. Todos vivimos tranquilos y felices. El Nuevo Código de Policía es perfecto. Ya viene el Papa y pronto el Gobierno firmará  acuerdos de Paz con las guerrillas. Ya no hay Partido Comunista y la Izquierda está completamente dividida, al igual que la Derecha; en ambos lados hay políticos manzanillos y dementes. Todo aquí es perfectamente normal, acorde al estado decadente del mundo; nada hay que temer; seguimos comiendo hamburguesas McDonald´s, tomando Coca Cola y café importado del Perú, Ecuador o Brasil.

Siempre y cuando nuestro modelo cultural sea el mexicano, norteamericano o europeo viviremos en paz con nuestros vecinos y con Dios.

Con toda esta felicidad de hoy, por vivir en el mejor y perfecto país del mundo,  no puedo dejar de sentirme incómodo  porque en Fusagasugá no hay una Biblioteca más o menos rica en títulos,  ni hay una librería ni un escenario para Opera, al menos,  como el “Teatro Amazonas” de Manaos. Aunque me divierte mucho, confieso, ver como “avanza” la construcción del “complejo cultural” de la “Ciudad Jardín de Colombia”, un paraíso terrenal, “tierra grata” donde nadie lee, nadie comenta, nadie pregunta, nadie se rebela, nadie vocifera, nadie mira, pero todos vivimos enteramente felices, gracias a Dios y a nuestro humanitario gobierno.

Para finalizar, la frase de Jaime Garzón: ¿Es posible que la solución de la crisis venga de allá mismo, de los que la han provocado?