Por: Felipe Montoya Castro

Petro es un populista innato que, dotado de un delirio mesiánico y una personalidad caudillista, ha aprendido a manejar un discurso que resulta atractivo para las masas. Estatizar, subsidiar y regalar, son los verbos rectores que definen sus principales propuestas de gobierno. Enemigo acérrimo de la iniciativa privada y de la libertad de prensa, la cual, dentro de sus delirios conspirativos, ve como una “herramienta del imperio” para oprimir; él no concibe ninguna voluntad o razón que no sea la suya, o cuestionamiento alguno contra su gestión. Su ineptitud siempre la justifica como consecuencia del sabotaje de “la oligarquía” para evitar que él, autodenominado como “el hijo del pueblo”, llegue al poder; le tienen miedo.

Su talante totalitario quedó plenamente demostrado en su paso por la alcaldía de Bogotá: ¿cómo olvidar el episodio de censura al periodista Mauricio Arroyave en el canal Capital por no adherir al discurso oficial? ¿Cómo explicar que haya expedido, en contra de la ley, su plan de ordenamiento territorial vía Decreto aun cuando el Concejo lo negó en forma expresa? ¿Cómo justificar que se haya saltado al Concejo para la creación de una empresa pública de aseo recurriendo en forma ilegal a la junta directiva de la Empresa de Acueducto de Bogotá, que no tenía dicha competencia? La lista es larga. Su falta de ética también es flagrante, falsificó 3 de sus títulos universitarios y, siendo un autoproclamado defensor del medio ambiente, permitió a su familia destruir el humedal de la Conejera y permitió que se robarán a Bogotá mediante polémicos contratos asignados a dedo. Petro es la prueba viviente de que hablar bonito no necesariamente significa actuar en consecuencia.

Revisar las propuestas de gobierno de Petro podría ser chistoso por el absurdo en el que incurren, pero tristemente deviene preocupante debido a la gravedad de sus implicaciones. ¿Cómo puede apoyar la gente la expropiación de su ahorro pensional? ¿Quién va a pagar los paneles solares en las casas para acabar con las empresas de energía privadas (y públicas también, de paso)? ¿Es coherente borrar todos los avances en el sistema de salud para iniciar de ceros? Imposible no acordarse del fracaso de la implementación de su esquema de basuras en Bogotá, con el agravante de que ahora no sería la estética o salubridad de una ciudad lo que estaría en juego sino la vida de casi cincuenta millones colombianos.

En el fondo da tranquilidad saber que Petro promete lo divino y lo humano pero no ejecuta debido a su total ineptitud e incapacidad de trabajar en equipo; es imposible olvidar el desfile constante de secretarios y directivos que entraron y salieron a los pocos meses de su administración, incapaces de entenderse con él: ni siquiera la paciencia infinita de Navarro Wolff pudo aguantarse el carácter totalitario de Petro. Así, cual culebrero, se limita a su único talento: endulzar el oído de un pueblo que, víctima de la desigualdad, busca, cuando menos, tener la esperanza de un futuro mejor.

Es claro que el “Castro-Chavismo” no existe, pero eso no implica que no existan las simpatías por la tiranía. El apoyo de Petro al régimen venezolano, tanto en época de Chávez como a Maduro, ha sido absoluto. No solo reconocía en Chávez a un gran amigo y a un líder modelo a seguir, sino que en reiteradas ocasiones ha salido en defensa de las barbaries del régimen. Por ejemplo, apoyó la fraudulenta constituyente adelantada el año pasado para perpetuar el modelo chavista en el poder y aniquilar a la oposición política en ese país aun cuando toda la comunidad internacional la rechazó, y hasta hace poco trató de convencernos que la crisis alimentaria en Venezuela era un invento de RCN, subiendo fotos de un supermercado de ricos ubicado en Caracas, en el que se observaba una repisa llena de alimentos. ¿Cómo puede una persona que se presume como “demócrata” y que fue víctima de crímenes de Estado apoyar un régimen al que el mundo, casi en consenso, ha tachado de dictatorial y que ejecuta a plena luz del día y en plena calle a sus enemigos? Solo se defiende con tal nivel de fervor a algo en lo que se cree, y no en vano la primera propuesta de Petro es adelantar una constituyente en la que, convenientemente, podría ajustar los poderes legislativo y judicial al único equilibrio que para él existe: su omnímoda voluntad.

Einstein decía que locura es hacer lo mismo esperando resultados diferentes: Vargas Lleras y Duque son buenos políticos pero son malos candidatos, lo cual pasa a un segundo plano ya que cuentan con una enorme maquinaria electoral que les representa posibilidades de llegar a una segunda vuelta electoral. Con ellos el país tendrá garantizado perpetuar el statu quo, es cierto, pero Petro representa un peligroso enigma: es igual a Álvaro Uribe en todos los aspectos, pero se ubica en el extremo ideológico contrario y su admiración por el “socialismo” de Chávez y Maduro genera temores fundados respecto a la viabilidad del país. No se genera bienestar destruyendo a los ricos o polarizando entre éstos y los más pobres.

Durante su paso por la alcaldía justificó su ineptitud por la oposición que le hizo el Concejo, ¿ya habrá previsto que como presidente necesitará del Congreso para gobernar? ¿Qué hará? ¿Cerrará el Congreso cuando se le oponga a sus iniciativas o los llenará de mermelada buscando su aprobación? Petro no va a ganar las elecciones, y solo pasará a la historia como una cefalea patria; una “petrocefalia”. Esperemos, cuando menos, aprender la lección sobre los peligros del populismo.