Reflexiones sobre el perdón

Andrés Becerra L.
Andrés Becerra L.

Por: Andrés Becerra L.

No pretendo dar respuestas de erudito, sino hacer preguntas de interesado en el tema del perdón. Haré algunas reflexiones sobre el perdón, abordándolo desde diferentes ángulos, para ir formando en las sucesivas entregas de esta serie una imagen sobre el tema, que espero sea clara y completa, y al final, una metodología para adquirir capacidad para perdonar.

¡Perdono, pero no olvido! Aunque nunca lo hayas dicho, sí lo has escuchado muchas veces. Es la reivindicación del derecho al resentimiento. El ofendido se guarda, en el rinconcito de sus tesoros más amados, esa cuenta pendiente con el otro, ese derecho a volver a sacarlo a relucir en otra oportunidad, ese saldo negativo del otro sobre el cual construir un nuevo caso de reclamo cuando vuelva a fallar (así sea en un asunto diferente).

Es la consecuencia de la cultura de la justicia milimétrica en la que crecimos, esa que pregona que todo se tendrá en cuenta a la hora del Juicio Final, aunque acá ya le hayan puesto, una sobre otra, muchas absoluciones sacramentadas. En esta cultura de la justicia milimétrica todos tendremos que ir al “purgatorio”, aunque muramos tan pronto se haya recibido la absolución y la eucaristía, porque no puede ser posible que vayamos derecho al cielo, dado que “alguna vez pecamos” y eso, “por más que sea, algo sucio queda”.

Entonces la gente dice eso, “yo perdono, pero no olvido”. ¿Y eso sí se podrá llamar perdón?

Desde esta visión del perdón que hemos venido presentando, la frase está mal planteada porque parte de un entendimiento equivocado del perdón que consiste en creer que alguien “me hace” algo ofensivo y con ello queda en deuda conmigo; yo adquiero, en razón de esa ofensa, el derecho para cobrarle a esa persona su deuda de algún modo (disculpa expresa, indemnización, revancha, etc.), pero como yo “soy tan bueno” decido no cobrarle esa deuda, “se la rebajo”, “la perdono”. En la cultura de la justicia milimétrica esa persona queda ahora en deuda moral conmigo, deberá estar “agradecida porque le perdoné su ofensa”, y si algún día yo la ofendo no tendrá derecho a quejarse porque “habremos quedado a paz y salvo”.

Es una contabilidad supremamente desgastadora; consume tanta energía llevar las cuentas de si ella me debe o yo le debo… ¿Cómo comparar tres madrazos con un puño? ¿Qué pesa más, un pequeño robo o un chisme calumnioso? ¿Quién establece la escala comparativa? En ello se nos va la vida.

Así que el que “perdona pero no olvida” está guardando un As en la manga para cuando tenga chance de jugarlo. Eso suena más a treta astuta que a perdón. Es como dilatar el momento de la penitencia y mantener sobre el otro la espada de Damocles. Parece más perverso que generoso, sobre todo porque, además, se asume que debe quedar agradecido conmigo por “rebajársela”. En verdad, es algo retorcido e insidioso. (Por cierto, el “ofensor perdonado” generalmente queda resentido por la “generosidad” del otro que le impone un “agradecimiento obligatorio”.)

Desde nuestra comprensión del perdón, los hechos que ocurren son solo eventos, y son los “mejores” o los “únicos posibles” que puede producir esa persona, dados sus particulares evolución espiritual, entendimiento de las cosas y capacidad de reaccionar a las circunstancias que rodean cada evento. Esa persona actúa como puede, y soy yo quien asume eso como una ofensa o no; el modo como lo asumo depende de mi capacidad de COMPRENDER lo que la persona hizo. Veamos un ejemplo.

Una persona de costumbres y lenguaje vulgares sufre una caída y se disloca un brazo. Le duele mucho y grita palabrotas. Yo me ofrezco a ayudarle y procedo, con su consentimiento, a poner el brazo en su lugar. Al accionar sobre el brazo le genero punzadas de dolor y esa persona me grita “¡PASITO, HP…!”

Esos son los hechos y sus circunstancias. Ahora me toca a mí decidir cómo asumo el insulto de esa persona. ¿Soy CAPAZ DE COMPRENDER que ese es su lenguaje normal y que solo está desahogando su dolor del modo automático como siempre lo hace? ¿O la suelto y le reprocho su falta de agradecimiento con quien le está ayudando, su pago con insultos a quien le hace un bien?

Esto se ve mucho en los centros de atención de heridos, cuando el enfermo aterrorizado reparte generosamente insultos a todos los presentes y por todos los motivos. Tuve una amiga que, en medio de los dolores del parto, insultaba floridamente a su marido y lo acusaba de ser el culpable de que ella estuviera sufriendo eso, a pesar de que se querían mucho y ambos habían planeado tener ese primer hijo; por suerte para su relación, el marido asumió eso como consecuencia del terror de ella y no le dio importancia (por el contrario, ambos reían después mientras nos contaban la anécdota), es decir, COMPRENDIÓ PLENAMENTE lo que pasaba y no hubo herida.

Esa es la esencia del verdadero perdón, ese que no genera deuda que pagar o condonar, ese que no deja huella que se deba recordar (excepto como anécdota), y ese sólo se da en las personas que tienen CAPACIDAD PARA COMPRENDER.

Si algo me ofende yo debería dar gracias a la vida porque me da la oportunidad de observar algo que aún no comprendo suficientemente, un nuevo tema de estudio y una nueva oportunidad para APRENDER Y CRECER. Y quien hace aquello que me ofende está siendo el maestro que en esa ocasión usa la vida para ponerme la nueva tarea (que quizá ya he hecho mal en ocasiones anteriores).

Si algo me tiene ofendido, NO DEBO PERDONARLO (como ya dijimos en https://fusagasuganoticias.com/word/opinion/reflexiones-sobre-el-perdon-no-debes-perdonar/ ) sino observarlo sin prejuicios para llegar a COMPRENDERLO, de modo que no se genere cargo alguno en la contabilidad justiciera. Cuando lo COMPRENDA DE VERDAD el registro de deuda desaparecerá AUTOMÁGICAMENTE y solo recordaremos una anécdota, no una deuda perdonada.