Panorámica desde el Séptimo Piso

Por: Andrés Becerra L.

Andrés Becerra L.
Andrés Becerra L.

¿Cuál es la respuesta que más escucha uno cuando hace alguna afirmación? Generalmente, la respuesta de quien escucha cae en una de estas dos opciones: “Eso sí es verdad, porque…”, o “No, no estoy de acuerdo, lo que pasa es que…”

La mayoría de las veces esto lleva a una serie de confirmaciones mutuas, en el primer caso, o a una confrontación de opiniones que se puede alargar tanto como sea el tamaño de las dos terquedades, en el segundo caso. Y al final, ¿qué queda de esa conversación-discusión?

En el primer caso, la reafirmación en ambos de que están en la verdad, y en el segundo, una salida diplomática cuando uno de los dos dice algo como “mejor dicho, dejemos así; yo respeto su opinión y usted respeta la mía”, y cada uno se queda pensando que el otro es menso por pensar como piensa. Conclusión, no son muy productivos estos encuentros (que son la mayoría), no enriquecen a los contertulios y sí conducen, a veces, a disgustos.

¿Qué era lo que se estaba confrontando? Opiniones. ¿Fundadas en bases sólidas? Muy pocas veces. ¿Alguien está dispuesto a cambiarlas? Casi nunca. ¿Alguien quiere convencer al otro de que la propia opinión es correcta y la del otro errónea? Casi siempre. ¿Alguno lo logra? Pocas veces. Entonces, ¿por qué persistimos y recaemos en el mismo círculo vicioso? Porque no sabemos manejarlo de otro modo.

Cada vez que una persona escucha algo que difiere de su convicción personal, su EGO siente que la seguridad que le brinda su creencia está amenazada, y salta a defenderla. Por eso lanza por delante su “opinión” sobre lo que acaba de oír, e inicia una labor de convencimiento para que el otro acepte como correcto su propio entendimiento del asunto.

Esto no tiene nada de nocivo si se hace de forma adecuada. Cada persona siente la necesidad de reconfirmar todo el tiempo sus convicciones. Por eso busca aprobación para cada asunto en las personas que la rodean, por eso frecuenta a aquellos que piensan como ella, por eso se forman las tribus urbanas… para sentirse segura en un ambiente donde todo fluye en forma predecible y tranquila.

El caso es que las confrontaciones de opiniones no se hacen sobre la base de argumentaciones racionales, soportadas por datos ciertos y confrontados objetivamente con los del otro, no se evalúan los datos del otro con la actitud de admitir que pueden ser correctos (sino que la actitud inicial es la de encontrar la falla que “obligatoriamente deben tener”, o descartarlos de plano porque es imposible que puedan ser ciertos). Ahí es donde aparecen esas confrontaciones infinitas y hasta absurdas que pueden terminar en agravios personales, o en guerras.

Hay una forma más productiva de encarar las afirmaciones que nos parecen equivocadas: NO OPINE, PERO HAGA PREGUNTAS.

Si usted pregunta al otro por aspectos adicionales de lo que está afirmando (como la fuente de su información, implicaciones que tiene en otro ámbito, validación de datos que se haya hecho, etc.) obtendrá resultados diferentes, la mayoría enriquecedores:

  • Entenderá más claramente lo que el otro dice y por qué lo dice.
  • Puede aprender cosas que no sabía, puede descubrir que hasta ahora usted ha tenido una opinión equivocada sobre ese asunto.
  • O puede ocurrir que su serie de preguntas le ayuden al otro a darse cuenta de que su afirmación no es sólida, o está equivocada.
  • Operará en una forma más segura para el fortalecimiento de su buena relación con esa persona, porque no la hizo sentir amenazada ni herida.
  • No se desgastará tratando de convencer al otro para que “cambie de fanatismo”.
  • La confrontación durará menos tiempo y tendrá resultados más productivos para ambos, y la charla puede durar más y ser más agradable.

Usted puede encontrar otras ventajas de esta estrategia alternativa, pero apunto aquí otra de carácter general: Usted aprenderá, de una manera más clara y segura cada día, que todas las posturas valen (desde algún enfoque) y que no tiene sentido gastar su energía en tratar de reducirlas a una sola (además de que es IMPOSIBLE), así que empezará a vivir de una manera más tranquila, más armoniosa, más respetuosa con todos… empezará a vivir mejor.

Por supuesto que esto no significa que todo tiene que gustarle a usted, o que debe respaldar todas las causas. No. Usted seguirá con sus convicciones y preferencias, pero será capaz de aceptar las de los demás como válidas para ellos, capaz de respetarlas como correspondientes al particular estadio de evolución de cada uno, capaz de compartir armoniosamente con todos a pesar de las diferencias, capaz de aprender de todos porque todos tienen alguna partecita de la gran verdad… esto se llama “Vivir Sabiamente”.

Así que, de hoy en adelante, puede asumir la postura de no andar opinando sobre todo (especialmente porque uno no conoce todos los temas, así que es tonto querer opinar sobre lo que no se conoce) y, en cambio, aprovechar cada situación para aprender algo más sobre cada asunto. ¿Y cómo se aprende? Escuchando, preguntando, observando, investigando.

Es más sabio reconocer que se ignora algo y preguntar para superar esa ignorancia, que pretender opinar sobre lo que no se sabe y evidenciar no solamente la ignorancia sino la estupidez de pretender aparentar conocimiento.

Además, ¿será que de verdad al otro le importa algo mi opinión? Cuando así sea, me la preguntará; mientras tanto, mejor no opino y, en cambio, pregunto.

Arriesgo menos y gano más.

Namasté.