Por: Rodrigo Villalba Mosquera

Con la premisa de que la paz es un bien superior,  en una sociedad de gentes donde haya un conflicto armado, y exista la posibilidad de una salida negociada, como en Colombia, ese camino hay que allanarlo. En esas circunstancias no cabe duda del respaldo al proceso adelantado entre el Gobierno y las Farc, y esos acuerdos son para cumplirlos  a cabalidad.

A pesar de las dificultades, la negociación se sacó adelante con un costo político alto para quienes la lideraron, en un entorno de fuerte oposición y una sociedad polarizada. Lo que en cualquier parte del mundo sería un activo, aquí se ha convertido en un pasivo. Debemos transitar la difícil etapa del posconflicto para lo cual tenemos que hacer los mejores esfuerzos.

La insurgencia, por su parte, ha venido cumpliendo. Se concentraron  en las denominadas zonas veredales, se desarmaron,  están constituyendo su partido político y se preparan para reinsertase en nuestro Estado Social de Derecho, acatando nuestras instituciones y autoridades. El Gobierno por su parte ha hecho lo propio; acudió al Congreso con vicisitudes en búsqueda de herramientas legales, sorteando dificultades alrededor del ‘fast track’ para desarrollar los acuerdos y sacar adelante la etapa  del posconflicto, que con la debilidad fiscal tomara más tiempo.

Dentro del cronograma de los Acuerdos le correspondía a las Farc entregar a Naciones Unidas, a  mediados de este mes, el listado de bienes que poseen, los cuales harían parte del Fondo de Reparación a las Víctimas, y ahí fue Troya. Las Farc borraron con el codo lo hecho con la mano. En el listado de bienes reportado aparecen elementos importantes como las 241.500 hectáreas de predios, 20 mil cabezas de ganado, 50 vehículos, un contingente de oro y agregaron elementos que como dijo el Fiscal y el Ministro del Posconflicto, no corresponden a activos, entre ellos unos desechables o utensilios menores como escobas, traperos, pocillos, botas, exprimidores de naranja y hasta el inventario de unos gastos sociales en cirugías como la que le habrían practicado a un campesino en el pene, lo que en definitiva es ridículo, ofensivo y denota falta de seriedad.

Se equivocaron de pies a cabeza las Farc al introducir en el listado semejante burla. No se puede jugar con candela. No se pueden hacer chistes flojos en un tema tan delicado y serio. Las consecuencias pueden ser imprevisibles, especialmente en el espinoso terreno de lo jurídico. Estamos transitando la etapa del posconflicto en una sociedad escéptica y polarizada. Les corresponde actuar con los pies en la tierra, conscientes de que el proceso tiene enemigos que explotan cualquier error, y una ciudadanía expectante y vigilante donde la insurgencia que hoy se acoge a nuestras instituciones debe hacer méritos para ganarse la aceptación y confianza de nuestros conciudadanos. Hay que ser serios.