Uno de los temas más críticos del país es el hacinamiento carcelario, pero nadie soluciona nada.

Por: Fabio Cifuentes

Creo que llegó la hora de actuar, saquen los presos a la calle y póngalos a trabajar.

Se estima que en Colombia hay más de 180 mil personas privadas de la libertad, de las cuales, algo más de 120 mil están en las cárceles y los demás en detención domiciliaria y con vigilancia electrónica.

Como es lógico se les tiene que garantizar alimentación, salud, vigilancia e infraestructura, como mínimo.

Para sostener estos reclusos, con cierta calidad de vida, se necesitan cifras millonarias que salen del bolsillo de los colombianos, sin mayores beneficios a cambio, ya que no se resocializan y en muchos casos salen a seguir delinquiendo.

Pero esto es de sentido común ¿Qué puede hacer un recluso desocupado en medio de una cantidad de personas donde predomina la ley del más fuerte? La respuesta es obvia, maquinar como sobrevivir y prepararse para salir a seguir delinquiendo.

Este es un diagnóstico que hace cualquier colombiano, sin necesidad de contratar estudios y de hacer análisis sobre el comportamiento y conducta de reclusos. Se repite a toda hora, las cárceles en Colombia son unas verdaderas “universidades” del crimen.

La pregunta es ¿Qué hacer para resocializar a los presos y que se vuelvan personas productivas para la sociedad? En mi opinión, hay que ponerlos a trabajar, que se sientan útiles para la sociedad. Todos merecen una segunda oportunidad y se la tenemos que brindar.

Las cárceles tienen que ser autosuficientes, por decirlo de alguna manera, los presos deberían trabajar para que se les garantice, techo, alimentación, salud y educación.

El gobierno tiene que emprender una acción revolucionaria en el manejo carcelario y en lugar de construir solo celdas, se construyan granjas agropecuarias, talleres para diferentes oficios, prepararlos y sacarlos a la calle a producir.

El Sena debería ser la entidad encargada de capacitar a todos los reclusos de país, para que haya una mano de obra calificada y sus productos sean de calidad.

En las granjas agrícolas mínimo deberían garantizar los alimentos para todos los presos del país y los demás reclusos generar recursos para salud, alojamiento y educación.

Hay tanto por hacer, como construir vías, viviendas, acueductos, alcantarillados, colegios , hospitales, limpieza de ríos y playas, y muchas cosas más en las que se podrían ocupar.

Para garantizar el empleo de los reclusos se podría incentivar tributariamente o priorizar en los procesos de contratación a las empresas que les brinden oportunidades laborales, claro, con sus respectivas medidas de seguridad.

Muchos ya estarán diciendo: ¿y de dónde va salir la plata?, ¿quién y cómo los van a vigilar?, se van a convertir en un peligro para sociedad y le van a quitar el empleo a los ciudadanos que jamás han cometido un delito.

Pues llegó la hora de arriesgarnos y tomar decisiones de fondo. Hagamos de los presos personas productivas para la sociedad, que comiencen a trabajar.

Iniciar este proyecto sería la mejor inversión para el país. Un país con menos delincuencia y más seguro, dispararía automáticamente la inversión nacional e internacional en todos los sectores y esto se traduciría en mayor crecimiento económico y generación de empleo.

La inseguridad ciudadana y la violencia no nos dejan crecer. Dejemos de repetir esa frase de cajón: “Con todas las riquezas que Colombia tiene deberíamos ser una potencia”, pues no la repitamos más y hagámosla realidad. Venzamos el miedo a los cambios y actuemos.

Un recluso con oportunidades y que se sienta útil para la sociedad creo que lo pensaría dos veces para volver a delinquir.

La idea es que las cárceles se conviertan en fábricas de sueños, que los presos se sientan importantes para la sociedad y tomen la decisión de cambiar para ayudar a construir una Colombia mejor.