Panorámica desde el Séptimo Piso

Por: Andrés Becerra L.

Andrés Becerra L.
Andrés Becerra L.

Una película con Sofía Loren y Marcello Mastroianni ilustra en una escena lo que ocurre cotidianamente en nuestras vidas.

La pareja se encuentra en la cama en su quehacer amoroso. Él, apasionado, afanándose en el ritmo de su deseo, le pide a ella que le repita una frase que funciona como un mantra para él, que lo excita, y ella se lo concede, y repite una y otra vez “I love you, darling… I love you, darling…” (“Te amo, querido”). Lo gracioso de la escena es que, mientras él se agita sobre ella, ella mantiene la cara hacia un lado y repite mecánicamente la frase una y otra vez, y entre frase y frase saborea una deliciosa paleta con chocolate (si recuerdo bien).

Ocurre muchas veces que alguien en la familia habla de un suceso, y lo cuenta con detalles de cómo ocurrió, y otra persona pregunta:

— ¿Y eso cuándo ocurrió? ¿Por qué no me lo habían contado?

— ¿Y por qué deberíamos contártelo, si tú estabas presente?

— ¿Yoooo…? Yo no recuerdo…

Y efectivamente estuvo allí, pero no quedó recuerdo alguno en su mente. ¿Por qué ocurre esto? Porque esa persona sí estuvo allí cuando ocurrió el suceso pero, al mismo tiempo, “no estaba allí”, su atención estaba en otro asunto, en otro sitio, en otro tiempo.

El momento amoroso que narra la escena antes contada será un recuerdo nítido para el hombre, pero no para la dama. Si él se lo describe con detalles de tiempo y circunstancias, lo que ella logrará recordar será el sabor de la paleta que disfrutó entonces, porque en eso tenía enfocada su atención.

Una de las principales dificultades que tiene un docente cuando dicta su clase es capturar la atención de sus estudiantes, lograr que se salgan de la pantalla de su celular, o de la conversación con su compañero, o de cualquiera de las 10.000 cosas que prefieren hacer en lugar de escuchar la lección.

Por falta de poner atención cuando se dicta la clase es que el día del examen no falta el estudiante que dice “Profe, eso que pregunta no lo hemos visto”, y es totalmente sincero al afirmarlo, porque en su memoria no existe el mínimo rastro de ese tema; es como si ese día no hubiera venido a clase.

Los hombres nos admiramos todo el tiempo de la memoria prodigiosa de las mujeres. ¿Cómo es posible que recuerden el color de las medias que tenía el novio cuando se dieron el primer beso? Uno escasamente recordará que fue en el paseo a tal sitio, pero ellas recuerdan quiénes fueron, cuál fue el menú, qué canción estaba de moda, quién más se ennovió en ese paseo, qué tanto le gustó el beso, y un infinito etcétera que uno no se explica cómo logran que les quepa en la cabeza.

¿Por qué ellas lo recuerdan y uno no? Porque ellas sí estaban ahí; uno no. Uno estaba pensando en que ojalá le alcanzara la gasolina para regresar, que ojalá papá no hubiera descubierto que el carro no estaba en el garaje, deseando que el cuñado sapo no hubiera contado lo del paseo a escondidas, y otro largo etcétera que no permitió disfrutar del olvidado paseo.

¿Cómo pueden pedirme que recuerde El Bogotazo, si yo no estaba ahí?

Cuando a uno le piden que cuente sucesos de su vida descubre con asombro que es muy poco lo que recuerda. Cinco o seis eventos de la infancia, tres de la adolescencia, un poco más de la etapa reciente… “¿Qué pasó con el resto de mi vida? ¿Por qué tengo tan mala memoria?”, se pregunta uno angustiado.

NO ES QUE YO TENGA MALA MEMORIA, ES QUE NO ESTUVE AHÍ CUANDO LAS COSAS OCURRIERON.

¿Y entonces, dónde estaba yo cuando ocurrieron esas cosas en “mi” vida? Estaba en un pasado o en un futuro, en un recuerdo de otro asunto, en un futuro anhelado o temido. Por eso no puedo recordar lo que no viví, lo que ocurrió en presencia de mi cuerpo pero en ausencia de mi mente. Es como si algo sucede mientras duermo profundamente… ¡¿Cómo podría recordarlo?!

Generalmente, las mujeres son más aterrizadas que los hombres, viven más tiempo en el momento presente, tienen todos sus sentidos enfocados en sus quehaceres; por eso recuerdan más las cosas de la vida cotidiana. Los hombres tendemos a pasar por esas cosas “volando por instrumentos, en piloto automático”, sin ver ni oír realmente lo que ocurre alrededor, ocupada nuestra mente en asuntos del trabajo o de nuestra afición del momento. Ellas se conectan más tiempo en el “Aquí y Ahora”, nosotros permanecemos más en el “Allí y Entonces”.

Mientras más soñadora es la persona, menos recuerdos conserva de su vida, porque menos tiempo ha estado PRESENTE en ella.

Vivir plenamente la vida no significa, necesariamente, vivir muchas y variadas experiencias; tiene que ver más con ESTAR PRESENTE TODO EL TIEMPO en las situaciones que se viven, aunque sea una vida sencilla.

Normalmente gastamos la vida en distracciones que nos propone la mente loca, la que siempre nos lleva a saltos entre el pasado y el futuro, es decir, “nos saca de la vida”, porque la vida ocurre únicamente en el presente.

Esta vida es una escuela maravillosa donde hemos venido a aprender unas cuantas lecciones, pero si no atendemos a las clases, “perdemos el año”. La clave está en fijar la atención en EL PRESENTE, vivirlo con todos los sentidos enfocados en él, tener la vida misma como la única prioridad.

La atención siempre irá donde la dirija la intención, así que La Pregunta-Clave sería: “¿Para qué vivo?”.

Namasté.