Panorámica desde el Séptimo Piso
Por: Andrés Becerra L.

En la selva amazónica las copas de los árboles forman un tapete tan tupido que bloquean el paso de la luz hasta el suelo, al punto de que grandes extensiones permanecen en penumbra u oscuridad incluso a mediodía.
Cuando algún árbol cae, deja un claro en el dosel arbóreo que es rápidamente llenado por otros árboles, y el inmenso tapiz verde que se observa desde el aire recupera su continuidad.
Si la luz solar es elemento fundamental para la elaboración del alimento de las plantas, ¿cómo crece en la penumbra un árbol joven hasta alcanzar alturas de decenas de metros y llegar donde está la luz?
Es una pregunta que me hice cuando estaba joven, y que se quedó sin respuesta clara hasta hace poco, cuando escuché una charla TED (por cierto, recomiendo con entusiasmo estas charlas; son enriquecedoras) de una doctora en Biología que explicaba que los árboles mayores alimentan a sus retoños pasándoles alimento por el entramado de las raíces, y que estas redes radiculares pueden alcanzar decenas de metros alrededor de cada árbol que nutre a los bebés.
¿No es maravilloso? ¿No se le parece al cuidado que los humanos prodigan a sus hijos hasta cuando pueden valerse por sí mismos? Es otra expresión de la Ley del Amor que soporta el Universo, de la Ley del Dar Sin Esperar Recompensa.
Desde la perspectiva del egoísmo mal entendido que campea en nuestro medio, un árbol que logró alcanzar la cima luminosa debería dedicarse a engordar su tronco y acumular reservas por si un día llega a faltar el alimento; o si fuera un poco más astuto, declarar que cinco kilómetros de suelo alrededor suyo son de su propiedad y todo árbol que allí habite debe aportarle a él parte del alimento que procese, porque está utilizando “su suelo”, y sobornar con frutos a una manada de micos para que vayan y les quiebren las ramas a los árboles que no hagan cumplidamente sus aportes de nutrientes (serían como la policía que conserva el orden establecido y vela por el cumplimiento de la ley).
Pero no. Los árboles son tan “tontos” que simplemente viven, consiguen su alimento y comparten su producido con quienes lo necesitan. ¡Qué vida tan boba! Por eso es que afirmamos con orgullo que “la única especie inteligente del planeta es la Humanidad”.
Con esa “lógica” egocéntrica los humanos dedicamos décadas de nuestra vida a acumular recursos para cuando lleguemos a viejos, por un temor soterrado que nos han infundido de que un día nos puede faltar el alimento, de que nadie se va a ocupar de nosotros si no tenemos dinero suficiente para sobornarlo o comprarlo (léase, emplearlo). Por supuesto, si la meta es acumular, DAR va en contravía, pues al dar quedo con menos, y la meta es sumar y multiplicar, no restar o dividir. Y para convencernos nos muestran los millones de personas que se están muriendo de hambre porque “no han querido” crear una empresa y hacer fortuna.
No pretendo cambiar el mundo con un escrito, sino mostrarle a usted un punto de reflexión a partir de este escenario.
Una consecuencia de esa “lógica” egocéntrica es que quedamos mutilados porque nos amputan uno de los órganos más importantes que tienen todos los seres vivos, el órgano DADOR.
Mire alrededor cómo viven las plantas y los demás animales: Tomando lo necesario y dando cada quien lo suyo sin esperar recompensa. ¿Cómo puede ser que les funcione a ellos, “que no son inteligentes”, y a nosotros no? ¿Cómo puede ser que esos “irracionales” puedan vivir “sin trabajar”, sin un empleo remunerado con todas las prestaciones de ley? ¿Cómo así que esos “vagos” tienen derecho a vivir? ¡El que no trabaje, que no coma!
Cuando una persona se siente agotada al final de cada día, baja de energía, parte de las recomendaciones médicas, además de mejorar su dieta, es hacer ejercicio. ¿Pero cómo así, si el ejercicio la va a cansar más? En un sentido sí, pero como resultado del ejercicio la persona conseguirá mayor fortaleza física, mayor energía general, un estado anímico más dinámico, mayor alegría de vivir, es decir, DANDO, RECIBE. Si se queda en el sillón al final de la jornada (“para ahorrar energía”) y del sillón se arrastra hasta la cama (“para recuperar energía”), cada día estará peor.
ES DANDO COMO SE RECIBE. Es necesario poner a fluir la parte de energía del Universo que hay en nosotros para que sea renovada por nuevas energías de otras partes del Universo, es necesario generar un vacío que pueda ser llenado con otros dones. No es posible DAR sin RECIBIR algo a cambio, pero nosotros queremos que la Ley Natural funcione al revés, que primero me den para luego yo dar, lo cual es tan lógico como querer entrar veinte personas al bus lleno y que después se bajen los veinte que llegan a ese paradero.
Por supuesto, el error está en que creemos que estamos DANDO primero, cuando en realidad estamos DEVOLVIENDO después de que hemos recibido mucho. Olvidamos que nacimos indefensos y fuimos cuidados hasta alcanzar nuestra “autosuficiencia”, y que todos los días seguimos recibiendo de muchas fuentes.
El caso es que nos convencieron de que no debemos dar (repetimos estúpidamente cosas como “a mí nadie me ha dado nada”, “todo lo que tengo lo he conseguido solo”, y otra sarta de sandeces que no tienen soporte alguno en la realidad) y al convencernos de eso nos hicieron el robo más perverso, porque nos quitaron la alegría de participar en el baile maravilloso de la vida, cuya música se danza DANDO TODO Y RECIBIENDO LO NECESARIO.
Entonces “vivimos” vidas miserables, agitándonos día a día, llenos de temores irracionales de que no vamos a conseguir suficiente, de que si los demás comen a mí me hará falta, de que no alcanza para todos, y morimos amargados y solitarios, defendiendo un castillo que no podemos llevarnos.
En el instante último de la muerte logramos VER con horror que todo por lo que sacrificamos la vida entera, en realidad no nos pertenece y se queda atrás, nos es arrebatado. En ese instante fugaz de CLARIDAD hacemos CONSCIENCIA de que NOS EQUIVOCAMOS, de que FUIMOS ESTAFADOS.
Namasté.