Por: Andrés Felipe Giraldo L.ANDRES FELIPE GIRALDO

Temis, la diosa griega de la justicia, se distingue por llevar una venda que cubre sus ojos, una balanza sostenida en su mano derecha y una espada que reposa en su mano izquierda. La equivalencia romana de la diosa Temis es Iustitia, de lo que sin mucho esfuerzo se puede inferir que es la raíz etimológica de la palabra justicia. Siempre me he preguntado para qué Temis lleva esa balanza, qué se pone ahí, qué está equilibrando. Quizás los expertos en mitología lo sepan y esa información ya esté publicada en alguna parte, pero yo me voy a aventurar a suponer qué debe llenar los platos de esa balanza en términos de justicia y equidad social para que la diosa vendada pueda guiar a las sociedades por el camino del bien común.

Creo que los dos pilares fundamentales sobre los cuales se construye el bienestar social son la justicia y la paz. Es decir, en mi especulación mitológica, estos son los dos elementos que equilibran la balanza que lleva nuestra Temis social. Para Aristóteles, filósofo clásico de Grecia nacido en Macedonia, la justicia tiene dos atributos principales: Debe ser distributiva, es decir, dar a cada cuál lo que se merece (méritos) y además debe ser restaurativa, lo que significa que después de un agravio habrá que reparar el daño causado. La paz, por su parte, no es tan fácil de definir porque contiene ascepciones que van de lo más íntimo y espiritual del ser humano, hasta lo más social, presentándose simplemente como el antónimo de la guerra. En este sentido, elaboraré una definición que sea funcional a mi disertación: La paz es la ausencia de violencia en el trámite de los conflictos sociales. Es decir, parto de la base de que las sociedades son conflictivas por naturaleza, pero la diferencia fundamental entre una comunidad pacífica y una que no lo es, es el carácter del trámite de los conflictos. Si dichos conflictos se resuelven sin necesidad de violencia, estaremos hablando de que esta comunidad vive en paz. Si por el contrario, los conflictos se solucionan con la aniquilación o el sometimiento del contradictor por la vía de la fuerza, estaremos hablando de una sociedad violenta.

Parece que una sociedad justa es necesariamente pacífica y que una sociedad pacífica es necesariamente justa. Y las dos son sociedades necesariamente utópicas. Pero ¿Cómo lograr el equilibrio entre la justicia y la paz para que una sociedad pueda disfrutar plenamente del bienestar general? La balanza de la justicia y la paz es dinámica, cambiante, difícil e inestable; como la naturaleza humana. Y es que en sociedades piramidales en donde siempre habrá una élite dominante y una base dominada, organización por demás injusta, en donde las clases dirigentes son las que establecen los derroteros de la institucionalidad y a su vez la institucionalidad se encarga de administrar los presupuestos básicos tanto del ejercicio de la justicia como para procurar la paz (para esto es la espada que tiene Temis en su mano izquierda), la pulcritud, honestidad y buen criterio de los mandatarios que dirigen el Estado debe ser intachable para garantizar por lo menos la buena voluntad en propender hacia una organización social pacífica y justa. Y es allí en donde los intereses de los dirigentes son fundamentales para determinar la bondad de sus acciones y el equilibrio de la balanza de la diosa Temis.

El poder es inherente a los humanos por esa necesidad natural de tener líderes, guías y gobernantes que den los lineamientos básicos del comportamiento social. Quienes tienen el poder dominan y los que lo ceden son dominados. Y el poder se ejerce de tal manera que configura la institucionalidad, la estructura y las relaciones entre las personas. Por eso no hay nada más nocivo para una sociedad que la cúspide de la pirámide social sea invadida por elites entregadas a sus intereses particulares, en otras palabras, que la sociedad sea dominada por unas élites corruptas.

Es allí cuando los dos platos se le caen de la balanza a nuestra diosa Temis, porque la peor de las injusticias que padece la especie humana es la que surge de los privilegios. Según el filósofo y gestor de la revolución francesa Emmanuel Sieyés en su texto “Ensayo sobre los privilegios”, el “privilegio es una dispensa para el que lo obtiene y un desaliento para los demás. Si ello es así, convengamos en que es una pobre invención ésta de los privilegios. Supongamos una sociedad perfectamente constituida y lo más dichosa posible. ¿No es cierto que para trastornarla por completo será suficiente dispensar a unos y desalentar a los demás?”. Esta inquietud, tan válida como vigente del revolucionario francés, encarna la médula de toda injusticia social, la que lleva a que se activen también la violencia de quién no puede tramitar pacíficamente un conflicto porque debe arrebatar por la vía de la violencia el privilegio que el opresor se ha atribuído a sí mismo.

Los privilegios son la matriz de la injusticia social  y la injusticia social es la génesis de la violencia. Cuando las élites deciden actuar de manera exclusiva y excluyente en función de sus propios intereses para acaparar los recursos escasos de la sociedad y para conservar estos privilegios, usan la institucionalidad a su favor y preconfiguran un estatus quo anquilosado y corrupto, las bases no tienen más alternativa que la de arrebatar por la fuerza dichos privilegios para garantizar su subsistencia. Las élites, creyéndose merecedoras dignas de sus prebendas, se resistirán y usarán también todos los recursos de fuerza a su alcance para defenderse en nombre del Estado. Esta es la guerra de una nación que no tiene una Iustitia (justicia) vendada sino ciega, que usa la espada no para cuidar la balanza sino sus privilegios.

En estos tiempos en donde la paz es una palabra recurrente en medio de la euforia de los acuerdos de La Habana, es pertinente conocer la naturaleza de la balanza de la diosa Temis tan amenazada por la ambición de unas élites que son incapaces de renunciar a sus privilegios en función del interés general. Pecando de aguafiestas, si no logramos que nuestras élites criollas sean más autocríticas y responsables a la hora de dirigir al país, estaremos asistiendo al fin de un conflicto y al nacimiento de otro, como ha sucedido siempre en nuestros 206 años de vida republicana.