Por: Andrés Felipe Giraldo LópezANDRES FELIPE GIRALDO

Estoy frente al televisor, absorto, emocionado, admirando el espíritu ganador de un grupo de colombianos que han sabido desprenderse de sus complejos y sus miedos para montarse en una bicicleta a conquistar el mundo. Hoy fue España, en donde Nairo Quintana se coronó rey y Esteban Chaves se subió al podio. Poco se les oye hablar de plebiscitos, elecciones, votos, curules, partidos, poder regional o burocracia. Nada les interesa hacer parte de coaliciones políticas, tampoco necesitan intrigar en los cócteles para pasar hojas de vida de recomendados y amigos para pagar favores electorales. No, los deportistas han crecido en ambientes naturalmente sanos, en lugares en donde el sacrificio, el trabajo honesto, la dedicación y la disciplina, sumado a su talento y vocación, es lo que les lleva el pan a la mesa de ellos y de sus familias.

El contraste entre el político y el deportista promedio es radical, evidente y notorio. El político es paquidérmico, aburrido, grandilocuente, retórico e interesado. En época electoral, no ve seres humanos sino votos. Y cuando ya se ha elegido, no ve personas necesitadas sino molestias. El político dice que es del pueblo pero no lo es. Solo usa al pueblo como una excusa y como un medio para satisfacer sus intereses particulares, su ego y su bolsillo. En cambio, el deportista es por naturaleza del pueblo, se ha hecho entre sus amigos y compañeros como uno más y jamás se ha valido de beneficios inmerecidos para obtener cada cosa que tiene. La vida del deportista transcurre en el gimnasio, en las pistas, en las canchas y en las carreteras, mientras que la vida de los políticos se gesta en las oficinas, los bares y los prostíbulos, en las intrigas de las alcaldías, los concejos, las gobernaciones, las asambleas y en los poderes públicos del nivel nacional por donde van arrastrando sus largas colas reptilianas negociando puestos por favores, presupuestos por apoyos y silencios por complicidades.

El deportista sabe que para alcanzar una meta no tendrá más medios que su propia potencia y que ésta la deberá trabajar cada día para poder competir contra otros como él o ella que quieren lo mismo, que se esfuerzan igual, que comprenden el valor de la responsabilidad y la disciplina, el espíritu de equipo y que los merecimientos están por encima de la suerte. El político confía más en su olfato, en su intuición, en su capacidad de hacer alianzas que no es más que la habilidad para encontrar personas interesadas en los mismos intereses particulares, que cambiarán al son de los beneficios de los recursos públicos con nuevos intereses y nuevos aliados, indefinidamente, en un mar de conveniencia en donde los delfines siempre serán los reyes de ese océano.

Los deportistas han llenado de gloria al país durante décadas, sublimando ese orgullo que se llama Patria, cada vez que con su propio esfuerzo y sus propios medios se cuelgan la bandera al cuello para recordarle al mundo que a pesar de todo este es un país de guerreros, de gente buena y sacrificada y de ganadores en la adversidad. Los políticos por el contrario, nos han llenado de ignominia, de escándalos de corrupción, de vergüenza en las noticias y de miseria cada vez que pueden y que el pueblo pusilánime los deja, que es básicamente siempre. Sin embargo, en cada triunfo de un deportista no faltará el político que aparece a reclamar el crédito de ese triunfo como suyo, a recordar el polideportivo que construyó, el gimnasio que dotó o la carretera que pavimentó para que ese deportista se hiciera grande. Lo que no cuenta el político es que ese polideportivo, ese gimnasio o esa carretera se hicieron con sobrecostos gigantes, que recibió comisión de los contratistas y que los materiales fueron de pésima calidad porque era más importante satisfacer el apetito insaciable de las pirañas de la contratación pública que de verdad hacer buenos escenarios deportivos. En Colombia los deportistas se hacen solos, a pesar de los políticos. No gracias a los políticos.

Por eso es tan grato ver a los deportistas colombianos hacerse inmensos por el mundo a punta de pedalazos, patadas, saltos, maromas y carreras, y por eso irrita tanto ver a los políticos querer ganarse el crédito de esos triunfos como una estrategia más de sus campañas inútiles para recuperar el prestigio perdido.

Dirán que hay políticos buenos y deportistas malos. Y es verdad. Pero también es verdad que un deportista malo es inofensivo y en un medio tan competitivo, sencillamente se tendrá que dedicar a otra cosa. En contraste, el político malo es nefasto para el país, el daño que puede hacer a la sociedad es inconmensurable y sus posibilidades de éxito en un país como Colombia, tan inmaduro democráticamente y con tanta ignorancia política, son mayúsculas.

Los deportistas nos devuelven las esperanzas que los políticos nos roban. Los deportistas motivan a la juventud para conseguir sus metas con esfuerzo, se convierten en referentes de superación y le demuestran a una sociedad permeada por la corrupción en todas sus capas que las buenas cosas también se pueden conseguir honestamente, con base en el trabajo honrado con dedicación y disciplina.

Espero que gracias al actual proceso de negociación entre el Gobierno y las FARC, muchos de estos niños y niñas que ahora se están desmovilizando de ese grupo guerrillero tengan la oportunidad de encontrar en el deporte su talento y vocación y que en unos años estemos hablando de historias maravillosas de un puñado de jóvenes que dejaron las armas y se dedicaron a los balones, las bielas, a sus manos y sus pies para seguir llenando a este país de gloria. Por su parte, los dinosaurios de la guerrilla, esos comandantes rechonchos y acomodados que enviaron a morir a millares de muchachos y muchachas del campo colombiano por una causa revolucionaria en la que ni ellos mismos creían, ya han elegido su camino: Serán políticos. Qué novedad. Qué más podíamos esperar de ellos.