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Panorámica desde el Séptimo Piso

Por: Andrés Becerra L.

ADVERTENCIA: Esta columna contiene expresiones duras (no obscenas), así que si usted es muy delicado de ojos o le gusta que le doren la píldora, absténgase de leerla. Si continúa leyendo, será bajo su propia responsabilidad.

Nuevamente, como hace dos años, el magisterio está en paro. Nuevamente, como hace dos años, porque el gobierno volvió a hacerle conejo. Y nuevamente, casi lo puedo apostar, volverá a hacerle conejo en lo que pacten al final de este paro.

De esto se trata el juego psicológico (en términos del Análisis Conciliatorio) entre gobernantes y pueblo raso, de aparentar democracia y apego a las normas mientras se las desconoce poco a poco para sacarle otra gota más de sangre al moribundo; el arte consiste en desangrarlo al máximo sin que llegue a morir.

¿Cómo hemos llegado a esta situación y cómo podríamos salir de ella?

Si se mira en el contexto amplio, es un círculo vicioso, así que podemos empezar a considerarlo a partir de cualquier punto; además, resulta imposible decir dónde comienza un círculo.

Hablando en términos generales (siempre hay excepciones) los docentes provienen de la clase media-media e “inferiores”, pues de ahí “para arriba” tienen capacidad para acceder a profesiones mejor posicionadas y mejor remuneradas.

Llegan a la universidad estos estudiantes y se comen enterito el cuento de que resulta fundamental enseñar a los estudiantes de bachillerato las 30 toneladas de datos inconexos que postula el plan de estudio definido por el Ministerio de Educación. Cada uno sale con el cartón que lo acredita como experto en su área y decidido a enchufarles a sus alumnos todo ese contenido descriteriado para que luego éstos puedan llegar a ser unos buenos empleados.

Otro cuento que se comen enterito es que la escuela es un espacio separado del resto del país, así que allí se habla únicamente del conocimiento académico, y lo que ocurre en las instancias de poder no tiene nada que ver con la vida de los alumnos, por lo cual no se menciona en clase ni en reuniones de padres de familia.

El tercer cuento que se tragan sin masticar es el modelo de vida pequeño-burguesa que fundamenta la felicidad y el éxito personal en la posesión de bienes, así que trabajan 30 o más años para obtener una pensión, una casa, un vehículo, una pequeña finca, etc. A medida que van alcanzando esas metas se van sintiendo más cercanos a los gobernantes y más alejados de las familias de estratos bajos que aportan los estudiantes de sus colegios.

Empeñados en hacer obedientemente su trabajo para no arriesgar la pensión, no se toman el trabajo de leer el país con mirada crítica, de entender objetivamente cómo funciona la economía y la política, de comprender que tienen una obligación moral frente al drama que viven tantos desposeídos por causa de condiciones sistémicas de inequidad, por la corrupción rampante, etc. En esa ignorancia política que viven llegan a considerar que las cosas son así porque no pueden ser de otro modo, y que nadie puede hacer algo para cambiarlas, así que lo único que queda por hacer es tomar otro préstamo para comprar un vehículo más grande, más nuevo, más lujoso.

Cuando vuelven a sentirse asfixiados por la desmejora en sus condiciones de trabajo que cada día les aplica el gobierno, vuelven a marchar para reclamar los dos o tres puntos más apremiantes. Pero ni siquiera en esto se logra una reacción general, porque siempre hay muchos avivatos comodones que no marchan porque saben que lo que consigan los manifestantes los beneficiará también a ellos que se quedan en casa viendo televisión.

El gobierno hace su espectáculo previamente libreteado, pulsea la fortaleza del movimiento y según sea ésta concede dos o tres migajas, con la predeterminación de desconocerlas unos meses después, simplemente para que retornen a las aulas los niños que ya tienen desesperados a sus amorosos padres.

Esos estudiantes terminarán su bachillerato bajo la guía adormecedora de sus profesores políticamente analfabetas e ingresarán a la fuerza de trabajo inconsciente que seguirá votando por los mismos que hacen y ejecutan leyes para perjudicarlos, para sacarles otra gota de sangre sin que fallezcan. Son un pueblo de ratones que eligen gatos para que los gobiernen, educados por ratones que sueñan con parecerse a los gatos, sin darse cuenta de que los gatos los desprecian a pesar de que les hagan el trabajo que los mantiene a ellos en el poder.

Si estos docentes despertaran de su sueño arribista y educaran verdaderamente a sus alumnos sobre las cosas que realmente importan, si ellos mismos estudiaran y comprendieran cómo es que el agua mueve el molino, y se lo enseñaran a sus estudiantes, en diez años no tendrían que volver a marchar para que les respetaran sus derechos humanos y laborales, porque sus alumnos conscientes no volverían a elegir a los mismos gatos, sino que elegirían un gobierno de ratones sensibles a las necesidades de los de su misma especie.

(Ver https://www.youtube.com/watch?v=_ABIiKtT_VE )

¿Cómo es posible que la mayoría elija siempre a la minoría que la perjudica? Por la ignorancia política en que permanece la gente. ¿Y por qué no sale de esa ignorancia? Porque gastan sus días aprendiendo un montón de carajadas que no van a usar en su vida, pero que sí las distraen de lo que realmente importa y que podría darles paso a una mejor calidad de vida.

Así que, con cada día que los docentes desconocen en su aula la realidad política que los somete, van cultivando la próxima marcha para recuperar lo que el gobierno ya tiene planeado arrebatarles. No se dan cuenta de que con su apatía política se han convertido en idiotas útiles a la pervivencia del sistema que los agobia, que con su indolencia labran su propia desgracia y la de todos sus alumnos, la de todo el país. Sin darse cuenta se han hecho cómplices de la clase mafiosa que gobierna.

Seguiremos soñando con el día en que despierten y cambien el país desde su aula, sin necesidad de marchar, sin disparar un tiro, con el arma más poderosa para el desarrollo de los pueblos: La Educación Verdadera.

Namasté.