Por Andrés Felipe Castañeda Muñoz

Hay recuerdos con los que uno se queda para siempre: los fecha, los pule, los etiqueta, los acomoda en una estantería cercana de la memoria, al alcance de la mano, para evocarlo otro día cualquiera. Hay recuerdos que uno atesora porque son recuerdos completos: un viaje de la memoria con todos los sentidos, un viaje lleno de sonidos, de vibraciones y de imágenes fidedignas, de imágenes que no se borran y que son casi tangibles, casi corpóreas.

Eso me pasó con el X Festival Nacional de Intérpretes y Compositores de la Rumba Criolla. Y viene el lead que habría correspondido, el lead con el que habría empezado este informe: «Este domingo finalizó la décima versión del festival nacional de Intérpretes y Compositores de la Rumba Criolla, celebrado en el auditorio Emilio Sierra Baquero de la Universidad de Cundinamarca. Este año, el festival rendía un homenaje al maestro Dídimo Cubillos, uno de los gestores del festival y uno de los músicos más representativos del género…», etcétera, etcétera, etcétera.

Ese es el lead con el que habría empezado este informe, decía, de no ser porque el domingo, ese domingo, fue y será ante todo un recuerdo de esos que se atesoran y se rotulan y se dejan en un lugar cercano de la memoria, al alcance de la mano.

Debe ser porque de vez en cuando uno cuenta con la fortuna de que la música le llegue al alma. Casi nunca pasa porque a menudo la música es un ruido más: un ruido en un restaurante, en una buseta, en una oficina. Pero a veces sucede. La música le cala a uno muy hondo, precisamente en ese lugar donde le enseñan desde pequeñito que queda el alma… ese lugar indefinible entre el pecho, tan cerca del corazón, pero no en el corazón mismo… Ahí. Es lo que pasa siempre cuando la música está bien hecha, cuando las notas recorren el auditorio como buscando quedarse grabadas en las paredes.

Cuando la música llega tanto, uno tiene la certeza de que tuvo la oportunidad extraordinaria  de escuchar a músicos de esos dotados de una genialidad inusual que tocan música para que llegue más allá de los oídos.

Construir un patrimonio cultural

A menudo, las tradiciones están compuestas por fragmentos disímiles. Las tradiciones son una mezcla de elementos que combinados permiten creaciones auténticas que enriquecen los sonidos y los dotan de una vida nueva.

El Festival de Intérpretes y Compositores de la Rumba Criolla permitió al público fusagasugueño conocer diversos aires de este ritmo. Músicos de varios lugares del país mostraron sus propias interpretaciones de la rumba criolla, evidenciando que las tradiciones son dinámicas y se acoplan a los entornos donde son acogidas. En cada una de las categorías (Rumberitos, Anfitrión, Instrumental y Canción inédita), los músicos mostraron que sus propios entornos influyen en la manera como perciben y componen las canciones, aunque todas pertenezcan al mismo ritmo. Desde su nacimiento, la rumba criolla ha viajado lejos y se ha hospedado en muchos lugares, por eso al festival asistieron músicos de ciudades y municipios tan distintos como Pamplona, Vélez, San Gil, Puente Nacional, Ibagué, Tunja, Sutatausa y Bogotá. Entornos geográficos y culturales reunidos todos alrededor de un mismo ritmo, construyendo un patrimonio inmaterial. Una tradición que camina es una tradición que se hace eterna.

Los ganadores

En la final se presentaron 12 intérpretes entre solistas, dúos, tríos y agrupaciones. El nivel de ejecución fue muy alto y se pudieron ver apuestas arriesgadas y novedosas: a los tiples, requintos, guitarras y bandolas se sumaron otros instrumentos como arpas y violines. Al finalizar las presentaciones, mientras el jurado deliberaba, se presentó una agrupación que se atrevió a tocar con guitarras eléctricas y batería ritmos de rumba criolla. No estaban participando, solo pretendían demostrar que la música es un lenguaje universal y que estos festivales son el puente por donde los ritmos cruzan y se mezclan. El público estalló en un aplauso de júbilo, quizás porque el hecho de que una banda de rock toque rumba criolla, significa que no hay marcha atrás: el género ya está metido en el adn de la región y va a perdurar para siempre.

En la categoría «Rumberitos», el segundo lugar, cuya premiación es una grabación en estudio profesional  de un sencillo de rumba criolla escogido por el participante, la ganadora fue Gabriela Mora Díaz, la única intérprete vocal del festival. El primer premio, un instrumento musical avaluado en $3’500.000 donado por Pablo Hernán Rueda, fue para los Rumberitos de Fusagasugá. En la categoría Anfitrión, el tercer lugar, la grabación de un sencillo de rumba criolla seleccionado por el participante, fue para Los Alegres del Piamonte. El segundo lugar, un premio de $1’000.000 fue para el Grupos Elís. El primer lugar, un premio de $2’000.000, fue para Orquídea Dueto. La modalidad Canción inédita, que otorgaba un premio único de $2’000.000 auspiciado por la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, Sayco, fue para la canción «Qué parche», del seudónimo Cocolo, interpretada por la agrupación Tradición Ariza. La modalidad Instrumental entregaba tres premios: el tercero, de $2’000.000, fue para Víctor Manuel Rodríguez. El segundo, de $3’000.000, fue para Tratar de ser trío. El primer puesto, con premio de $5’000.000, lo ocupó Cuarto de hora ensamble, de Tunja.

Salvaguardar la rumba criolla

Más allá de los premios y reconocimientos, el festival es una oportunidad de encuentro, una confirmación de que el legado la rumba criolla está a salvo.

Para Germán Moreno Sánchez, integrante de Cuarto de hora ensamble, la agrupación ganadora de la modalidad Instrumental, para salvaguardar la rumba criolla, hay que redescubrirla. «Yo pienso que con la rumba criolla hay que hacer un trabajo de redescubrirla, porque me parece que con los cambios que hubo hacia los años 60 y 70 se perdió un poco en su esencia real y se perdieron trabajos importantes de agrupaciones que hicieron la rumba criolla en el compás de 2/4 como originalmente era pero con una lectura un poco distinta. Yo pienso que la rumba criolla es a Colombia lo que el swing es a los Estados Unidos: es decir ‘escríbase de tal forma, pero léase de tal forma’. Y me parece que el concurso la saca del olvido y pienso que falta un poco de trabajo pedagógico alrededor del festival».

Jéssica Andrea Segura y Catalina Arias Espinosa, integrantes de Orquídea Dueto, agrupación ganadora de la modalidad Anfitrión, consideran que el festival sirve para llevar la rumba criolla al ámbito nacional. «Creo que en este festival se vio mucha juventud. Hay que seguir cultivando la rumba criolla y la música colombiana en los jóvenes y en los niños para que siga cultivando a través de las generaciones. Y eso va desde casa: mi papá me ponía música colombiana desde pequeña y me enamoré de la música colombiana, entonces esto es también una invitación a que los padres le muestren a sus hijos música colombiana: rumba criolla, música llanera, torbellinos, y así los niños se van a ir enamorando de nuestra música y de nuestra cultura», comenta Jéssica Andrea.

«Todo lo que podamos hacer por nuestra música colombiana, todo el empeño para hacer crecer nuestra música colombiana es rescatable y admirable, porque estamos llenos de situaciones que no dejan que nuestra música trascienda. Además, con tanto mensaje de afuera, que a veces no es tan positivo como el de nuestra música, que es solo paz, solo gracia. Hay que hacer todos estos esfuerzos: crear festivales, conciertos, formas de que la gente tenga acceso a la música. Incluso desde la televisión y la radio, que se aporte para que esto no se quede en un grupo pequeño de melómanos y músicos que nos encanta tocar música de nuestras raíces», dijo Héctor Ariza, integrante de Tradición Ariza, agrupación ganadora en la modalidad de Canción inédita.

Raúl, su hijo, señala por su parte la importancia de que la música colombiana llegue a los jóvenes. «En estos festivales se demuestra que a la gente le gusta la música colombiana, que hay muy poco apoyo por parte de canales de televisión y emisoras de radio, sí, pero la música está demostrando que sí puede ser popular y para la gente. Y acá hubo jóvenes de 9, 10, 11 años y están haciendo música colombiana: la música colombiana no es para viejitos».