Alberto Patiño, de 62 años de edad, es consciente de que lleva un pedazo de la vida de alguien más en su cuerpo. Por lo menos, así lo entiende él. Todas las mañanas, a la hora de bañarse, se consiente y cuida la zona tras la que está su riñón, uno con el que él no nació, pero que le trasplantaron hace más de tres años en la Fundación Cardioinfantil; el 24 de diciembre de 2015.
La fecha la tiene clavada en su memoria. No solo porque la llamada en que le decían que tenían un riñón para él, lo tomó desprevenido mientras preparaba los buñuelos y el sancocho para Navidad, sino porque era una llamada que llevaba esperando más de seis años. Para Alberto y su esposa, que son creyentes, fue un “regalo del niño Dios”.
Alberto es un caso inusual
Los riñones le empezaron a fallar cuando era muy joven. “Tenía unos treinta o 32 años” y trabajaba en el área contable y financiera de la Fuerza Aérea Colombiana, en el Comando de Mantenimiento. Al principio no hubo dolor ni molestias. Sospechó que algo le estaba fallando, porque cuando orinaba había mucha espuma, y bastaron unos primeros exámenes para confirmarle que sus riñones no estaban bien. “Palabras más, palabras menos, tenía las membranas de los riñones desgastadas”
A esa edad, casado y con tres hijos, comenzó la dependencia de los hospitales y los exámenes médicos. Comenzó la prediálisis. Tenía que ir cada tres meses al Hospital Militar, luego cada dos y, finalmente, cada mes, durante casi 12 años.
Luego llegó el 19 de agosto de 2004, otra fecha que tiene grabada. Ese día le dijeron que tenía que comenzar la diálisis. “Eso es como si lo agarran a uno de la oreja, lo sientan en la máquina y uno ni alcanza a entender. Yo le dije al médico que me dejara ir a San Andrés, porque teníamos planeado un viaje con mi esposa, uno que teníamos en mente desde que nos casamos, cuando yo tenía 22 años, y que no habíamos logrado hacer… pero ni para eso hubo tiempo”.
La dependencia de los hospitales pasó a convertirse en un escenario de familiaridad
Todos los lunes, miércoles y viernes, Alberto se levantaba a las 3:00 de mañana, cogía la primera flota a las 4:00; desde su casa en Facatativá y llegaba al Hospital Militar, en Bogotá, a las 6:00 AM.
Lo conectaban a la diálisis y volvía a salir de allí, caminando, a las 11:00 de la mañana. El recorrido de vuelta tenía un patrón similar.
Alberto acepta que tuvo cierto orgullo con su enfermedad.
Siempre le gustó ir solo al hospital, que sus hijos no lo llevaran, pero desde octubre del 2015, dos meses antes del trasplante, caminar era una odisea. Ya había tenido tres posibilidades de ser trasplantado que no se lograron, por incompatibilidad con el órgano o porque otra persona tenía prioridad, pero él seguía pendiente de la llamada.
El 24 de diciembre de 2015 lo llamaron y a las 11:00 de la mañana, ya estaba entrando a cirugía. “El anestesista me aplicó algo y me preguntó qué esperaba del trasplante. Yo le respondí que mejorara mi calidad de vida… y hasta ahí me acuerdo”.
Una llamada que esperan 2.833 colombianos
En Colombia, 2.283 personas están pendientes de recibir una llamada que les diga que son los próximos en recibir una donación de órganos. 2.607 esperan un riñón, 169 un hígado, 22 un corazón y 35 un pulmón.
Los trasplantes son, quizás, una de las innovaciones más sorprendentes en términos médicos, pero también una de las inversiones más eficaces cuando se trata de darle el vuelco a la vida de una persona. “Así como le cambia la vida a uno cuando entra a diálisis, también le cambia la vida cuando lo trasplantan”, explica Alberto.
Y es que puede sonar simple, incluso insignificante para quien no lo ha vivido, pero “volver a orinar 400 centímetros después de la cirugía… es… ¡imagínese… pensar que lo logré!”. Es volver a ganar la independencia, el tiempo libre, el sueño de las madrugadas y, para el caso de Alberto y su esposa, fue poder viajar finalmente a San Andrés, una deuda que tenían desde que se casaron y pudieron lograr casi seis meses después del trasplante.
La donación de órganos es una inversión en la vida de otro. Una inversión que hizo la ley colombiana, en el 2016, para entender que existimos más allá de nuestra propia individualidad, y que, por ello, todos somos donantes de órganos “a menos que expresemos lo contrario”.
Pero infortunadamente la donación de órganos también es una inversión tímida aún. En el 2018 se realizaron 1.182 trasplantes, 11,9 % menos que en el 2017. En otras palabras, de los 1.029 que estaban esperando una donación el año pasado, solo 413 entraron a una cirugía como la que vivió Alberto.
Crónica de El Espectador