Cualquiera que use redes sociales lo sabe. Subir un video que incluya parte de una canción o un segmento de una película es arriesgarse a verlo bloqueado en cuestión de minutos. ¿Cómo es posible, entonces, que un neonazi con armas automáticas pueda transmitir en vivo una masacre en la que cobró las vidas de casi medio centenar de personas, sin que ninguna de las redes más importantes del mundo actúe para impedir que ese contenido se viralice?

La celeridad que no se vio para desmontar los contenidos replicados sí la exhibieron Facebook, Twitter y YouTube para señalar que actuaron “rápidamente” para eliminar el video original. Lo cierto es que al momento de redactar este artículo, varias horas después de los hechos y de haber sido cargadas en la cuenta de Facebook del presunto autor del ataque, usuarios de todo el mundo siguen reportando que las imágenes siguen estando disponibles.

En todos los casos, el video que muestra los asesinatos en Christchurch, Nueva Zelanda, ocurrido este viernes -y que deja hasta ahora 49 personas muertas- se encuentra con búsquedas simples, usando los términos más obvios, incluso si la búsqueda se hace en español.

También el manifiesto de odio del sospechoso, en el que señala su admiración por el presidente de EE. UU., Donald Trump, y su desprecio por todos los musulmanes, sigue publicado en numerosas páginas.

Facebook, YouTube y otras plataformas de redes sociales han expresado públicamente su voluntad de luchar para eliminar el contenido ofensivo de sitios web que generan miles de millones de dólares en ingresos publicitarios. En Estados Unidos, esos sitios también han sido criticados por difundir información política intencionalmente errónea. El tema llevó el año pasado al fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, a testificar ante el Congreso.

Pero a pesar de las declaraciones, cuando se necesitan los controles, estos suelen brillar por su ausencia. En agosto, un ataque en un torneo de videojuegos Madden 19 en Jacksonville, Florida (EE. UU.), fue transmitido en directo.

Fuente: Tecnósfera