Panorámica desde el Séptimo Piso

Andrés Becerra L.
Andrés Becerra L.

Por: Andrés Becerra L.

¿Cuántos videos, audios, imágenes y textos que no han sido producidos por quien los envía, recibe a diario en las redes sociales? Es decir, ¿cuántos le “reenvían” sus contactos porque “a ellos” les parecieron importantes, urgentes, divertidos, etc.? Al contrario, ¿cuántos recibió porque quien se lo envió pensó que “a usted” podría interesarle o servirle?

A diario recibimos “toneladas” de datos, más información que la que somos capaces de procesar, la mayoría no relevante para nuestros intereses o necesidades, simplemente porque a todos nos resulta muy fácil hacer un clic sobre “reenviar” o “compartir”. Algunos, incluso, tenemos listados de contactos para hacer clic una sola vez y que se envíe a decenas o centenares de personas, evitando la fatiga de marcar los destinatarios uno por uno.

Y mi responsabilidad por “quitarle” tiempo (que es la vida misma) a otras personas, ¿dónde queda?

¿Tengo derecho a robarle unos segundos viendo (o borrando) cosas que no le interesan ni le sirven? ¿Estoy abusando de su confianza en mi criterio para encajarle toda clase de “basura” (para él), simplemente porque a mí me pareció “interesante”?

Me parece que la pregunta pertinente sería: Cuando envío algo a alguien, ¿estoy pensando en mí, en el envío, o en la persona a quien se lo envío? Es decir, ¿a quién quiero beneficiar, a mi Ego, a quien produjo el contenido que comparto (ayudándole a divulgar), o a mi contacto (quien mejorará su vida con el envío)?

Por supuesto que esto aplica para mí. Las preguntas que me (nos) estoy haciendo surgen precisamente de mi reflexión sobre los envíos que hago a mis contactos con el enlace para que lean estas columnas, porque siento responsabilidad por el tiempo de su atención que “les robo” cada vez que reciben algo enviado por mí. ¿Les estoy retribuyendo esa atención con algo valioso o útil para ellos, para ustedes?

Este sentido de responsabilidad con lo que se dice, o a quién se le dice, esta intención de no afectar a los demás más allá de lo absolutamente inevitable, es parte del respeto con que asumo las relaciones interpersonales (aunque a veces me “descache”).

Es evidente que si usted está leyendo esto es porque mis palabras le resultan interesantes (o cualquier otro adjetivo); otros no habrán llegado hasta acá, otros lo borrarían sin abrirlo. Pero no deja de tener validez la pregunta de qué tanto estoy “contaminando” con mis reenvíos.

Cuando el contenido es producido por uno mismo, es clara la responsabilidad por lo que se dice, pero ¿qué responsabilidad me cabe cuando reenvío los contenidos producidos por otros? ¿Hasta qué punto avalo eso que reenvío? ¿Hasta qué punto me hago corresponsable, cómplice o idiota útil? ¿Me tomo el tiempo necesario para hacer una presentación del envío aclarando mi postura frente al mismo y mi intención al reenviarlo?

Cuando se llega al “séptimo piso” o más arriba, como es el caso mío, se empieza a valorar más la palabra. Desde que aprendemos a hablar hacemos una curva de más a menos palabras. Dicen que uno demora tres años para aprender a hablar, y el resto de la vida para aprender a callar.

¿Qué tan cierto, pertinente, beneficioso y necesario es lo que voy a decir?

Los Rotarios ofrecen en su código de ética un ejercicio valioso que llaman “La Prueba Cuádruple”, que puede leer en https://rotarysantacolomadegramenet.wordpress.com/2008/04/05/%C2%BFque-es-la-prueba-cuadruple/

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Otro ejercicio de prudencia antes de hablar se conoce como “Las Tres Rejas”, que invita a verificar la Verdad, Bondad y Necesidad de lo que voy a decir. Puede leer la historia en http://www.laculpaesdelavaca.com/las-tres-rejas/

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Y puestos más a tono con los tiempos actuales, en el siguiente GIF puede ver cuatro pasos convenientes antes de reenviar cualquier contenido que recibe por las redes.

 

¿Qué tanto derecho tengo a decir, o a reenviar? Es obvio que los receptores de mis envíos tienen la posibilidad de escribirme para pedirme que no les envíe más “cosas de esas”, y que si no divulgo lo que escribo nadie se enterará de que estoy escribiendo (y alguien podría no beneficiarse con mis escritos). ¿Dónde está la fórmula equitativa para atender los dos aspectos, beneficiando ambas partes? ¿Cuál es el camino medio?

Quizá no sea posible encontrar la respuesta precisa que cubra todas las variables, pero ya es avance el hacerse la pregunta. Por lo menos, es señal de responsabilidad social.

Quienes asumimos la tarea de ofrecer información desde un medio, o de plantear consideraciones a los lectores u oyentes, quienes de algún modo y en algún espacio (puede ser un aula de clase, también) tenemos la oportunidad de hacer llegar nuestro pensamiento, nuestra palabra, a otras personas, con la tarea asumimos la inmensa responsabilidad de cuidar la veracidad, la bondad, la necesidad, la conveniencia de lo que expresamos. Desafortunadamente, cada vez se diluye más este sentido de responsabilidad y muchos comunicadores se hacen cómplices de los engañadores.

Pero esta responsabilidad se ha extendido hoy a todas las personas que actúan en las redes, porque en algún momento asumen la tarea de comunicar a muchos. Las nuevas herramientas han potenciado en grado sumo las posibilidades contaminantes del rumor, del chisme. Y ahí es cuando adquiere valor y pertinencia para usted también hacerse la pregunta… ¿Tengo derecho a decirlo?

Namasté.