Por: Rodrigo Villalba Mosquera

Con profundo dolor y extendiendo la más sentida solidaridad con las víctimas y comerciantes del atentado al Centro Comercial Andino -sucedido hace ocho días en Bogotá- cuando se celebraba el día del padre, nos preguntamos si este es un hecho aislado o estamos regresando a nefastos días de la época de Pablo Escobar.

El Centro Comercial Andino, es emblemático y simbólico de la élite bogotana y justo por eso fue objetivo de los violentos, dejando el saldo de 3 muertos (entre ellos una ciudadana francesa) y numerosos heridos. Y una comunidad intimidada.

Alrededor de este acto de terror se ha especulado mucho y muchos han aprovechado para hacer sindicaciones sin fundamento e inclusive haciendo juicios políticos irresponsablemente. Que este acto de violencia puede provenir del Movimiento Popular Revolucionario disidente del ELN, o del clan del golfo antes llamado clan úsuga, o de los paramilitares, o algunos temerariamente insinúan que pueden estar estimulados por los beneficios del proceso de paz con la Farc. Todo esto no deja de ser una irresponsabilidad mediática y de algunos políticos en trance de notoriedad.

Lo  del Andino es un acto demencial, infame, cobarde, de barbarie, gravísimo, que busca intimidar, generar zozobra, anarquía para presionar algo o ir contra lo que se está construyendo en paz, lo que debemos rechazar  en forma colectiva, y sin distingos de raza, religión, estrato social, política, en fin de ninguna índole y unirnos en lo “fundamental” al medio de las diferencias, como lo dijera Álvaro Gómez Hurtado, para enfrentar a los terroristas, apoyando a las autoridades para que estos den de manera pronta con los actores materiales e intelectuales del hecho criminal y los ponga a buen recaudo.  En circunstancias como estas se impone la unidad de patria. En la vida hay que hacer pausas, inclusive en la confrontación, para entender razones de país. Aquí no cabe la polarización política y nadie puede especular con esta tragedia y menos pensar en el aprovechamiento político. Es el momento donde los dirigentes les corresponden actuar con grandeza.

Tenemos que soñar no solamente con un país sin violencia, donde erradiquemos la inequidad y busquemos condiciones de prosperidad, donde nuestras futuras generaciones puedan cantarle a la vida propiciando la felicidad de los niños, educación de calidad, productividad, competitividad y seguridad social universal, si no, también donde nuestra clase dirigente sea formada, madura, responsable, que entienda que hay que abrazar los interés colectivos de la sociedad por encima de cualquier consideración partidista o ideológica.

Es la hora de la verdadera unidad nacional para enfrentar a los violentos, al terrorismo, a los enemigos de la paz.