El escritor que pensaba que a García Márquez lo arrobaba el poder tanto como las letras, le compite ahora viajando de un país a otro recomendando y satanizando candidatos.

Por: Carlos Villalba Bustillo

Curiosa, por decir lo menos, la conducta política del escritor Mario Vargas Llosa desde cuando resolvió depurar sus ideas políticas, durante los tiempos de la Guerra Fría, a propósito de tres visitas a Cuba y de las rudezas represivas de su amigo Fidel Castro con Heberto Padilla y Armando Valladares por disentir de los giros abruptos de la Revolución. Otras reflexiones sobre el desfalleciente totalitarismo soviético se sumaron a la evolución conceptual que admitió con entereza, más honrosa que la amargura que le deparó perder con Fujimori la Presidencia del Perú.

Sin embargo, la nublosa adversidad interior de Vargas Llosa es deplorable por el contraste que sufre con la jerarquía de su arte y con su envidiable dominio del idioma. Después de su pelea con García Márquez, sobre cuya obra escribió su tesis doctoral a principios de los años setentas, se dedicó a vociferar que el Nobel colombiano era un cortesano no solo con los poderosos de su país, sino con los del mundo entero. García Márquez nunca le replicó la enfadosa disonancia, ni cambió de parecer sobre los atributos personales de su después contradictor y examigo. Al revés: no ahorró términos encomiásticos para reconocer su derecho a expresarse, sometiéndose al código de las buenas maneras.

Vivir para ver. No fue sino que don Mario Pedro Vargas Llosa ganara el Premio Nobel de Literatura para que el converso cosechero de ideas avanzadas empezara a ejercer como Gran Elector internacional de los aspirantes presidenciales del conservadurismo hispanoamericano, a veces con elogios tan desmedidos que nos apenan a los admiradores, no solo de su obra, sino del ardor con que suele defender las ideas liberales y las instituciones del sistema democrático. La vista no nos engaña cuando lo leemos en ese plan de lisonjero oficioso, ni cuando aprovecha la palestra de las ferias librescas para dedicarle el último de sus volúmenes al lisonjeado de turno.

Haberse equivocado en su país (se le derrumbó su favorecido PPK) no le impidió seguir recomendando unos nombres y estigmatizando otros, como si cumpliera un designio reservado por la historia para su exclusiva potestad. En Colombia recomendó a Iván Duque y satanizó a Gustavo Petro, y, con potente desdén, descartó a Humberto de la Calle, Germán Vargas Lleras y Sergio Fajardo. No hubo diferencia entre su fogosidad y la de cualquiera de los fanáticos criollos del Centro Democrático, entre los cuales figura su amigo y coequipero ideológico Plinio Apuleyo Mendoza, a quien, dicho sea de paso, no le regaló ni le dedicó La llamada de la tribu.

Me atrae más el Vargas Llosa que afirmó tajante,
que “jamás la mentira ha tenido tanto prestigio”.
¿Se sentiría aludido el expresidente y senador?

No es obligatorio ejercer un derecho cuando la elegancia espiritual le impone a un personaje de talla mundial no bajarse de su pedestal para terciar en las disputas de una actividad más sórdida que noble en esta época en que los escrúpulos dejaron de existir. Por lo mismo, él clasifica los populismos en buenos y malos, y a Uribe, por ejemplo, lo mira sin beneficio de inventario, y causó extrañeza que no propusiera su tercera elección con Popeye en la vanguardia. Me atrae más el Vargas Llosa que afirmó tajante, como lo hizo en la Revista Semana, que “jamás la mentira ha tenido tanto prestigio”. ¿Se sentiría aludido el expresidente y senador?

Pues bien, el escritor que pensaba que a García Márquez lo arrobaba el poder tanto como las letras, hasta graduarlo de cortesano, le compite ahora viajando de un país a otro como Gran Elector internacional a decir por quién votar o quién ganará en la elección que se avecine, sin arrepentirse de su espontáneo y melancólico papel. Se le abona que no apele a ningún ardid para deshacerse de la servidumbre que dimana de su incontinencia verbal. Esa rectitud moral dota de sinceridad su proceder frente a la baraja de presidenciables fletados por su eminente voz de patriarca “de pecoso gesto”.

El Gran Elector internacionalizó a Duque acompañándolo, en Buenos Aires, a un seminario auspiciado por la Fundación Libertad de la capital del tango. Imponentes sus dos efigies en la foto publicada por El Tiempo del 27 de abril pasado en la sección Elecciones presidenciales  2018.

Me imagino la sonrisa que hubiera asomado García Márquez mirando irónico ese testimonio gráfico.