Hoy, el conocimiento está descuadernado, desarticulado de la realidad, incoherente, inconexo, disparatado.

Por: Juan Niño López

Es tan grande el número de objetos de conocimiento que ya se han determinado y tan especializadas las investigaciones sobre los rasgos de estos que, sospecho, no queda alguno sin tocar.

El problema más difícil de resolver es crear un sistema de saberes con algún orden sensato que nos permita entendernos y entender la realidad que nos rodea; un sistema con algún orden útil, práctico, que nos impida seguir en esta vaguedad de saber sobre todo sin saber casi nada, como decía el cura de mi pueblo: “sobre un mar de conocimientos con un milímetro de profundidad”. El otro problema, que no sé si es peor, es pretender ser obtuso con un único asunto del saber muy especializado.

Lo que la vida nos exige es un conocimiento amplio, completo, profundo y acertado, sobre la vida misma, precisamente, para vivir; pero, no de cualquier modo, sino felices. El asunto más serio es, así, establecer un sistema de conocimientos con premisas y búsquedas que nos permita vivir felices.

Los antiguos griegos entendieron al conocimiento como una virtud que llevaba a la felicidad. Felicidad era eudaimonía (εὐδαιμονία) “o plenitud de ser”.  Aristóteles la entendió como ejercicio virtuoso de lo específicamente humano, la razón. El término se refiere a un estado de la mente y el alma, relacionado con la alegría y el placer.

Aristóteles afirma que el fin último del hombre es la eudemonía. En su Ética a Nicómaco señala cuatro tipos de vida y sus modos de encontrar felicidad: con riquezas, con honores y fama, con placer; y, anota que la verdadera felicidad no se logra por ninguno de estos, sino mediante la práctica de la virtud, que es “vivir la vida de acuerdo a nuestra razón y búsqueda de la verdad, actuando bien­; vivir en la concepción teleológica de la naturaleza humana” (sin contradicciones).

Eudaimonía era bienestar, felicidad, buena fortuna, abundancia. Era consideraba por el filósofo como el mayor bien; “eu” significa bien y “daimón” divinidad. Era el regalo de los dioses, un don, por una vida en el bien o lo bueno.

Así, el conocimiento del bien o de lo bueno y una vida acorde con éste lleva, necesariamente, al bienestar, a la buena fortuna, a la abundancia, a la felicidad.

El ser humano, racional, busca el Conocimiento para encontrar la Verdad; la Verdad está íntimamente relacionada con el encuentro del Bien; el Bien, lo bueno, la bondad no es otra cosa que fortalecer el sentido de la naturaleza; complacer este sentido teleológico de la naturaleza es encontrar el bienestar; en síntesis, es vivir feliz. Hasta aquí, la fórmula anticuada del conocimiento y la felicidad.

La fórmula de hoy es mucho más simple: Busque el conocimiento que lo lleve al dinero;  tenga la seguridad de que el dinero le dará la Felicidad. Si no la encuentra por este camino, vuelva al camino viejo. Si tampoco la encuentra por este, invéntese uno, seguramente la encontrará, pero, por favor, sea feliz y réstele al mundo una cantidad grande de amargura y malestar. Ahora bien, si no encuentra felicidad en esta vida por ningún camino, le sugiero el camino hacia la vida eterna y el eterno descanso en paz que es la única felicidad que con certeza se sabe que existe. Pero, haga algo para ser feliz, con o sin conocimiento, sea feliz.