Esta imagen de una camioneta en medio de frailejones fue captada en la ruta que lleva a Sumapaz desde el municipio de Pasca. Foto: Cortesía CAR

Por: Carlos Hernández Osorio (La Silla Vacía)

Esta semana arrancó el plan para desminar a Sumapaz, otro paso de la localidad más rural y más grande de Bogotá para seguirse desprendiendo de la guerra que la azotó durante décadas. Pero ahora, la nueva batalla de sus habitantes es por asegurarse de que el turismo que ha comenzado a llegar justamente tras el fin del conflicto no destruya el páramo más grande del mundo.

El retorno de la confianza 

En Sumapaz la guerra se acabó, e incluso es difícil que los muertos los pongan otro tipo de violencias. Este año, por ejemplo, no ha habido un solo homicidio.

A finales de 2000, en cambio, en pleno proceso de paz del Caguán entre las Farc y el gobierno de Andrés Pastrana, esa guerrilla tenía en Cundinamarca unos mil combatientes como parte de su plan para tomarse Bogotá, y los combates y muertos eran frecuentes.

En 2003, un año después de la llegada de Álvaro Uribe al poder, comenzó en Cundinamarca la implementación del Plan Patriota para cerrarles a las Farc ese corredor estratégico entre el centro y el oriente del país, y tan solo del Sumapaz el Ejército sacó cuatro frentes guerrilleros. Hacia 2009 la guerrilla intentó recuperar la región, volvieron los combates, los homicidios y los secuestros, hasta que la volvieron a repeler.

En ese entonces, recuerda Carlos Lora, director del Parque Nacional Natural de Sumapaz, fracasó un intento por capacitar en ecoturismo a la comunidad aledaña a la Laguna de Chisacá, también conocida como Los Tunjos, que es una suerte de entrada a las 333 mil hectáreas que abarca el páramo (el equivalente a dos veces Bogotá), que abastece al 15 por ciento de la población colombiana en Bogotá, Cundinamarca, Meta y Huila.

CONTEXTO

A pesar de haber puesto sobre la mesa la posibilidad de generar ingresos por esa vía e inculcar en la comunidad la necesidad de cuidar la zona, el miedo a la guerra, aún reciente, truncó ese primer intento.

El turismo apenas comenzó a crecer desde hace unos dos años, sin campañas oficiales y en medio de los diálogos del gobierno Santos con las Farc. Fue una muestra del retorno de la confianza a una región que antes alejaba a los forasteros por el temor a que se los llevara secuestrados la guerrilla.

El problema, sin embargo, es que en Sumapaz el turismo no está reglamentado. Y como los visitantes han demostrado que no cuidan el paisaje, los habitantes, molestos, ya comenzaron a confrontarlos.

El conflicto

La localidad de Sumapaz tiene al menos cuatro entradas por carretera: desde el norte (zona urbana de Bogotá) por Usme y Ciudad Bolívar; desde el occidente, por los municipios de Pasca y Cabrera, y desde el oriente, por Une y Gutiérrez.

Por todos esos lados el flujo de visitantes se ha vuelto constante, aunque la mayor parte del problema se concentra en Los Tunjos (a donde se llega desde Usme), que fue “el florero de Llorente” de la tensión actual, dice Carlos Lora, el director del Parque.

“Los campesinos han llenado bultos con basuras y botellas después de que terminan los paseos de la gente. Ya parecemos el relleno Doña Juana”, se queja la alcaldesa local, Francy Liliana Murcia.

Soldados del Batallón de Alta Montaña, instalado allí en 2001 para contrarrestar a las Farc y ahora con funciones no solo de seguridad sino de cuidado del medio ambiente, sacan tiempo para recoger toallas y papel higiénico, bolsas de papas y desechos que quedan los fines de semana.

En Semana Santa, cuenta Martha Carrillo, directora de Cultura Ambiental de la CAR, en medio de operativos de control vieron llegar ciclistas y pilotos en cuatrimotos. Hay pistas incipientes que han comenzado a formarse en las montañas tras el paso de las llantas, en algunos casos sobre los frailejones, los árboles más representativos del páramo.

En Google, además, es fácil encontrar planes para visitar un día el páramo por 60 mil pesos.

La inmensidad del territorio hace que el control se dificulte. Además, porque tan solo un domingo pueden llegar a distintos sitios unas 800 personas, nos dijo Carrillo, aunque no hay cálculos exactos porque no hay registro de ingresos.

Carlos Lora, el director del Parque, dice que han detectado mil visitantes por mes tan solo en la laguna Los Tunjos, pero de ahí la carretera avanza 40 kilómetros en los que no se le puede impedir el paso a nadie.

“Esos mil pueden ser la mitad de los que realmente llegan porque nosotros monitoreamos los fines de semana, y a veces vemos pasar buses los martes, cuando no tenemos a nadie haciendo un control mínimo”, explica Lora.

Y a la preocupación por los impactos ambientales se suma el riesgo de que algún visitante pise una mina.

De acuerdo con la Consejería para el Posconflicto, en la localidad hay 165 mil metros cuadrados en los que se sospecha que hay minas, distribuidos en los tres corregimientos que la integran: Nazareth, Betania y San Juan.

Por eso, ante las limitaciones del Estado para hacer algo, los habitantes decidieron organizarse.

Hace un mes, las 26 juntas de acción comunal (JAC) se declararon en asamblea permanente y grupos de hasta 300 personas han salido en varias ocasiones a contener a los turistas.

Foto: Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Sumapaz.

Alfredo Díaz, profesor del corregimiento de Nazareth que preside la Asociación de JAC de la localidad y es líder del Sindicato de Trabajadores Agrícolas (que tiene vínculos con el Partido Comunista), nos dijo que ya han tenido “discusiones fuertes” con los visitantes al intentar impedirles el paso.

Su principal petición es que las autoridades expidan una norma en la que quede explícito que Sumapaz mantendrá su vocación agrícola y se impedirá el turismo. Pero eso no es fácil.

¿Un punto medio?

La delimitación del páramo de Sumapaz, si se cumplen los cronogramas del Gobierno Nacional, se dará a conocer en un mes. Y eso permitirá saber, entre otras, en dónde se permitirá el ecoturismo y en dónde no, ya que “seguramente quedará establecido como una alternativa económica viable”, precisa Carlos Lora.

La ventaja de eso es que se establecerá, ahora sí, cuántos turistas se permitirán por día y qué infraestructura, como baños o centros médicos, será necesaria para recibirlos.

Pero dada la oposición de un sector de la comunidad (Lora nos dijo que hay zonas de Nazareth donde los habitantes sí están dispuestos a meterse en el turismo como una alternativa económica) habrá que concertar con las comunidades que insisten en seguir con cultivos, pues estos, en casos como la papa, también vienen dañando el ecosistema desde hace muchos años.

“No podemos simplemente prohibir la entrada de turistas, porque apenas lo hagamos comenzarán a abrirse otros caminos clandestinos para ingresar”, afirma el director del Parque, que pone como ejemplos de ecoturismo bien llevado el santuario Otún-Quimbaya (Risaralda) y el parque Los Nevados (Eje Cafetero), o incluso más cerca, en Choachí (Cundinamarca).

Pero Alfredo Díaz, el líder comunal que habla en nombre de las 26 JAC, dice que, por lo pronto, se seguirán apostando en las vías a la espera de turistas. Para bloquearlos.